Cambiar a la gente

Lo siento, pero esta entrada es un plagio. Y no sé a quién plagio. Solo sé que he encontrado entre mis papeles una fotocopia de dos páginas de un capítulo de un libro, titulado «Cambiar a la gente», que no sé de quién es, y que contiene el siguiente texto, de Brian Bacon, Fundador de la Oxford Leadership Academy:

Hace unos años, participé en un congreso en San Francisco. Yo era un conferenciante de segunda en un gran evento en el que hablaban personajes gigantes como Peter Drucker, Peter Senge o Michael Hammer: el Who’s Who del liderazgo y del cambio en las organizaciones. De hecho, yo estaba más bien en la categoría de Who’s He?…

La conferencia se celebraba en torno al 50 aniversario de las Naciones Unidas. Durante dos días, los conferenciantes habían hecho un despliegue de sabiduría científica sobre cómo liderar organizaciones (…). Los asistentes habían pagado 5.000 dólares por pasar dos días allí, escuchando a grandes figuras.

Al final de estos congresos, los organizadores suelen distribuir un cuestionario para evaluar a los conferenciantes y el impacto de sus mensajes. Para sorpresa de todos, la madre Teresa de Calcuta -a quien lograron convencer para que participase en el evento- quedó la primera en el ranking, y lejos del segundo. Curiosamente, ella no formaba parte del panel de conferenciantes, sino que había sido invitada a dar un pequeño mensaje al final. De hecho, no habló más de treinta segundos. Subió al estrado, se quedó un momento en silencio y, con una voz muy suave, dijo:

Así que queréis cambiar a la gente. Pero, ¿conocéis a vuestra gente? ¿Y les queréis? Porque si no conocéis a las personas, no habrá comprensión, y si no hay comprensión, no hay confianza, y si no hay confianza, no habrá cambio.

¿Y queréis a vuestra gente? Porque si no hay amor en lo que hacéis, no habrá pasión, y si no hay pasión, no estaréis preparados para asumir riesgos, y si no estáis preparados para asumir riesgos, nada cambiará.

Así que, si queréis que vuestra gente cambie, pensad: ¿conozco a mi gente?, y ¿quiero a mi gente?

El mensaje de la madre Teresa había quedado suspendido en el auditorio y se notaba que había golpeado. Tan fuerte como cuando alguien escucha la verdad.

 

 

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