El cumplimiento normativo o compliance no es suficiente. Viene a ser una póliza de seguros para conseguir no tener problemas legales en la empresa, o una manera de evitar escándalos y pérdidas de reputación y conflictos con los reguladores. Le falta un componente importante: meter la ética en las conductas del personal. No puede limitarse a una check-list, sino que debe prevenir y detectar las malas conductas y, además, alinear esas conductas y las políticas de la empresa con las leyes y regulaciones: la internalización de las buenas prácticas. Y aquí aparece la formación ética.
El objetivo de esa formación ética no es enseñar teoría ética, sino ayudar a los directivos y empleados a tomar buenas decisiones, es decir, crear sensibilidad ética, que es lo que permite reconocer la dimensión moral que cada decisión contiene, enlazando los casos particulares con los principios y reglas generales, hacer una correcta evaluación de las alternativas disponibles y tomar las mejores decisiones en todas sus dimensiones, económicas, técnicas, sociales y morales.
Es decir, un buen programa de compliance debe no solo explicar el contenido de la ley o la regulación, sino provocar el diálogo entre directivos y empleados que aumente la sensibilidad ética para reconocer los problemas que se presentan e identificar aquellos componentes de la estructura y de la cultura de la organización que dificultan el cumplimiento de aquellas normas.
La formación ética en un programa de compliance no solo transmite información, sino que genera capacidades para la toma de decisiones.