Probablemente esta frase la escuchamos muchas veces de labios de nuestros padres: ¿No te da vergüenza lo que has hecho? En el fondo, era una llamada a nuestra dignidad personal. Se diferencia de la culpa en que esta se refiere a lo que hemos hecho mal, mientras que la vergüenza se refiere más bien a no llegar al nivel de dignidad que nos corresponde como personas.
La vergüenza viene a ser un espejo que muestra no solo lo que hemos hecho, sino lo que está escondido en nuestro carácter, lo que podríamos llegar a ser si efectivamente actuásemos de acuerdo con nuestra dignidad, sobre todo dignidad moral, que es la base de nuestra libertad y lo que da forma a nuestra vida.
En el mundo de la empresa, la vergüenza queda, a menudo, oculta por argumentos como «me dijo el jefe que hiciese esto» o «esto es lo que más conviene a la empresa en estos momentos», aunque sea una acción inmoral, que perjudica de manera injusta a alguien y que, sobre todo, muestra una falta de conciencia de nuestra manera de ser.
En el fondo, la vergüenza -o la falta de vergüenza- por nuestras acciones es un recordatorio de que los humanos tenemos una cierta propensión a actuar mal, en la acción y en los pensamientos. La vergüenza se relaciona con la humildad de reconocer esa tendencia que en el fondo tenemos, y sirve para intentar comportarnos como debemos, sea por las consecuencias que se derivarán de nuestras acciones, como por la reacción que tendrán los demás cuando vean lo que hemos hecho. El juicio de la sociedad puede ser un medio para intentar comportarnos mejor. Y la falta de vergüenza por lo que hemos hecho mal puede ser una señal de deshumanización.