Leía hace unos días la historia de una empresa norteamericana, creada hace más de un siglo, muy exitosa en su crecimiento y en sus resultados. Lo diferencial en este caso era que su fundador era una persona con verdaderos valores morales y un propósito muy firme: crear una empresa que proporcionase servicios a todos, especialmente a las personas más necesitadas.
La historia de la empresa cuenta el origen religioso de los valores del fundador y primer presidente, y cómo se esforzó por crear un equipo que participase plenamente de esos valores. ¿Ganar dinero? Sí, claro, era necesario. Pero no lo primero ni lo más importante: lo primero era el servicio a sus clientes; algunos eran ricos y con poder, pero otros muchos no tenían medios. Y la situación no era favorable para ellos. De modo que a ellos iba dirigido, en primer lugar, el servicio que la empresa les prestaba. Y, en segundo lugar, a la ciudad y al estado y, claro está, al país. Valores como la gratuidad, la libertad creativa, la fraternidad y el servicio al bien común formaban parte de la manera de trabajar de aquel empresario modelo y de su equipo.
Pensando en todo esto, me parecía que valía la pena dedicarle este recuerdo, en lo que tiene de modelo para todos nosotros. Cada uno en su lugar puede transmitir a los demás esos valores que impulsaron a aquel fundador. Sus resultados fueron espectaculares a lo largo de los años, y quizás nuestros resultados no sean tan brillantes. Pero, en todo caso, dejaremos una impronta en nuestro alrededor.