En alguna ocasión ya he mencionado el libro de Niall Ferguson, Civilization. Aquí quiero referirme solo a una frase de una reseña que Andrew Marr hizo de ese libro en el Financial Times del 26 de febrero de este año (aquí, en inglés):
«Cuando los historiadores miren hacia atrás en el último siglo en Occidente, y particularmente en Europa, ¿no mostrarán su sorpresa por la baja calidad de la elite que tomó las decisiones, por la falta de formación, información, apoyo, seguimiento, análisis exigente y adecuado debate de política? ¿Tanta gente inteligente en las entidades financieras, y tan poca sirviendo al estado? ¿Tan poca visión a largo plazo, tan pocas decisiones difíciles a la hora de cambiar la dirección?». Y acaba con una conclusión de Ferguson: el mayor enemigo no es China, «sino nosotros mismos: nuestra cobardía, fundada en la ignorancia, incluso en la estupidez, a la hora de entender nuestro pasado».
¿Valdría la pena hacer alguna sugerencia a nuestro nuevo gobierno?
Si, claro que vale la pena. Es más, hay que tomarles la palabra de que harán las reformas necesarias con sentido de Estado. Y eso, aunque la oposición o los agentes sociales no estén a la altura de las circunstancias.
Habrá que recordarles que los cargos son cargas, para servir al país, y no modos de retribuir lealtades.
Y, finalmente, que hay muchos y buenos profesionales en el sector público, que deberían ocupar los puestos de responsabilidad hasta Director General, como mínimo; que los gabinetes, fontaneros o asesores cuestan mucho al erario público y esa tarea puede estar también confiada a los funcionarios.