Una interesante sugerencia que se desprende de un estudio sobre Haciendo negocios en Rusia: prácticas informales y estrategias contra la corrupción, del que se hace eco INSEAD Knowledge (aqui, en inglés). El estudio dice que, ante la corrupción, los directivos reaccionan de varias maneras. Unos la defienden, porque esperan que les produzca ventajas competitivas a largo plazo. Otros dicen que eso no es un problema, al menos para ellos. Otros dicen que sí es un problema, pero no saben qué hacer. Y los otros dicen que sí, que es un problema para ellos, un problema de su negocio, y lo afrontan con el mismo criterio con el que se enfrentan a una cuestión de calidad, de financiación o de selección de personal. Y esta no es una campaña que haya que llevar a cabo de vez en cuando, sino una batalla continua, porque es parte del negocio mismo.
El estudio pone de manifiesto que una estrategia muy útil es no intentar luchar contra toda la corrupción, sino identificar aquellos aspectos en que esta es más importante para la empresa, y centrar la lucha ahí: cortar la serpiente en rodajas, en lugar de tratar de agarrarla por entero. Identifican, pues, aspectos concretos (un conflicto de intereses de sus directivos, la posibilidad de que un agente externo esté desviando fondos hacia funcionarios o políticos corruptos, etc.), y centran ahí sus esfuerzos. Con éxito, dice el estudio, como muestra una compañía que ha conseguido reducir sus costes en un 15% por está vía.