Supongo que este título hará que alguno se sienta insultado: ¿son las empresas capaces de transformar algo, positivamente? Pues sí. Ese fue el tema que desarrollé en la Global Alumni Reunion, la Asamblea de Antiguos Alumnos del IESE que se desarrolló la semana pasada en Sao Paulo. Claro que hay empresas que son, más bien, destructoras. Pero otras muchas no. Conté una experiencia mía de mis años de profesor de la universidad, cuando, años después de dar clase a algún alumno, me encontraba con él y, después de un rato de charla, me quedaba maravillado por cómo había cambiado esa persona. Y siempre me conclusión era la misma: es que hace tres años (o los que sea) que todos los días debe estar a la hora en punto en su puesto de trabajo (antes, en la universidad, iba a clase a las 9, ó a las 11, o no iba); que dice «sí, jefe» treinta veces al día; que tiene que trabajar con compañeros que no ha elegido; que tiene que ser ordenado, puntual, eficiente,… En definitiva, está aprendiendo a desarrollar actitudes, valores y virtudes que quizás no figuraban entre las que le transmitió la familia o la escuela.
Mi conclusión fue que las empresas tienen que obtener tres tipos de resultados: económicos (producción eficiente y rentable de bienes y servicios para atender necesidades de los consumidores), sociales (conseguir un lugar de trabajo en que las personas se encuentren a gusto y aprendan a hacer lo que la empresa necesita) y éticos (conseguir el mejoramiento de las personas). Y eso es lo que debe hacer el directivo, en cada caso. O sea, la capacidad de transformar la sociedad, desde los tres puntos de vista, económico, social y ético, no es un añadido, sino que forma parte de la misma tarea de dirigir. Y el directivo que no lo hace no es un buen directivo.
Don Antonio:
Si usted tiene razón, me parece que debiéramos aceptar, al menos, las siguientes implicaciones que creo pueden desprenderse de su planteamiento:
– Dada la relevancia que la actividad empresarial tiene hoy, su capacidad para afectar a la sociedad -para bien o para mal- es una realidad y los directivos empresariales tienen el deber moral de reconocerlo y esforzarse para que ese rol sea positivo. En otras palabras, seguir pensando y actuando como si el rol de las empresas fuera sólo económico es una irresponsabilidad moral.
– En consecuencia el directivo debe tener competencias no sólo económicas, sino también como articulador social y como líder moral. Debe considerarse a sí mismo como un servidor público y la sociedad debe otorgarle ese reconocimiento.
– Para formar a ese directivo las universidades y escuelas de negocios deben cambiar su enfoque. La administración no debe ser ya más vista como una disciplina anexa y subordinada a la economía, sino como una disciplina aparte en la cual confluyen a su vez otras disciplinas: filosofía política, antropología, ética, sicología, sociología, etc., y también por supuesto la economía, pero no en el sitial de supremacía que tiene hoy.