El Financial Times del 14 de noviembre anuncia que «el gobierno de los Estados Unidos aclara la ley anti-soborno» (aquí, en inglés). El informe original tiene 120 páginas, y aclara cuándo un pago es inapropiado y cuándo no lo es. Por ejemplo, pagar un viaje en taxi a un funcionario es correcto, pero «un viaje por Italia para ocho funcionarios del gobierno iraquí, consistente principalmente en hacer turismo e incluyendo mil dólares por persona para gastos de bolsillo» no lo es. Probablemente no hacía falta esa explicación. Pero, claro, a las empresas norteamericanas (y a las extranjeras con negocios en Estados Unidos, incluyendo muchas españolas) les preocupa mucho que una investigación del Departamento de Justicia o de otra oficina federal identifique alguno de sus gastos como pago de un soborno, lo que tendría graves consecuencias para la empresa (y para los directivos o empleados implicados).
Entiendo que las empresas pidan ese detalle, y que el gobierno se lo dé. No me parece una buena solución: como decía no recuerdo quién, «no sé definir lo que es pornografía, pero la identifico en cuanto la veo». Las empresas, al menos muchas de ellas, están más interesadas en no traspasar la línea de la ley que en actuar de manera ética. Quizás intentan hacerlo así, pero, como se mueven con frecuencia en el límite entre lo legal y lo ilegal, quieren tener una respuesta clara a la pregunta definitiva: «¿puedo hacer tal cosa?».
La ética va por otro lado. La ética se pregunta: ¿qué me pasará a mí como directivo, qué les pasará a mis directivos y empleados, qué le pasará a mi organización, si hacemos esto? Esto permite dormir con la conciencia más tranquila, mientras que la solución del gobierno norteamericano permite funcionar con una conciencia muy poco tranquila, pero con la seguridad (o la esperanza, al menos) de que uno no acabará en la cárcel.
Pero, en todo caso, si seguimos pensando como el gobierno norteamericano, los informes legales serán cada vez más largos, las leyes más complejas, su observancia más difícil (hecha la ley, hecha la trampa, dice el refrán español) y, al final, la ética seguirá brillando por su ausencia.