Leí hace unos días un artículo en el blog del New York Times (lo siento, no tomé la referencia) en que su autor, un antiguo directivo de empresas del sector de la alimentación denunciaba la falta de ética de esas empresas (o, al menos, de algunas de ellas). Como en su día hicieron los productores de tabaco, repitieron una y otra vez la tesis de que la obesidad tiene muchas causas, que no se puede atribuir solo a la comida: todos eran culpables, pero no había ningún culpable definido, al menos en la industria o en la cadena de distribución. Y añadía: «la industria es culpable porque conoce las consecuencias que se pueden derivar de sus acciones». Es un principio ético muy antiguo, que nos afecta a todos.
El autor decía también que le parecía paradójico que personas que eran buenas en otros muchos aspectos de su vida, cambiaran, poco a poco, dice, «del honroso negocio de alimentar a la gente de manera adecuada a la deplorable misión de ‘incrementar el valor para el accionista’ engatusando a la gente para que consumiese más y más productos de alto margen y bajo poder nutritivo». Está claro que los directivos de esas empresas podían aducir que lo que ellos hacían era atender a una demanda que les llegaba por parte de los consumidores, pero esto no obsta para que se esforzasen también para aumentar el número de veces que cada día esos consumidores aumentan la cantidad de comida que engullen: por ejemplo, las porciones son cada vez mayores. Han gastado mucho dinero en acciones de lobby para proteger su negocio; ya va siendo hora, dice, de que empiecen a cambiar el modelo.
La moraleja que saco de esta noticia la conoce ya el lector. Un buen directivo es un directivo ético, y el que no es ético no es, no puede ser, un buen directivo, porque omite algo importante de su función: ser reponsable de los impactos de sus acciones sobre los demás, empezando por su clientes, pero siguiendo por sus empleados, proveedores, distribuidores… y por él mismo. No nos esforcemos en encontrar una relación estadística entre ética y beneficios: esto es hacer el juego a los que defienden que lo único importante es aumentar el valor para el accionista. Si usted dirige una empresa y sospecha que su modelo de negocio tiene agujeros morales, empiece inmediatamente, ya, hoy mismo, a corregirlo. Quizás la primera medida será buscar la información necesaria para comprobar y entender esos agujeros, pero en cuanto los identifique, deje de pelear por él. A la larga, se juega usted los beneficios de sus accionistas (bueno, serán de los accionistas ingenuos que compren las acciones a los que ahora se están beneficiando y que, probablemente, abandonarán el barco antes de que descubra la vía de agua), su prestigio como buen directivo… y su alma.
Gran artículo profesor. Su artículo refuerza mi pensamiento sobre lo que debe ser un buen directivo, que no es otra cosa, que ser buena persona: integridad, honradez, honestidad, generosidad, respeto a las personas (a todas)… Más allá de cualquier competencia directiva o habilidad técnica (conocimiento), tener unos principios y valores claros, definidos y sobre todo practicados con coherencia, deben ser el sustrato que conforme la toma de decisiones en el ámbito empresarial. Y una reflexión, ¿por qué se asume en muchas ocasiones que «Crear valor para el accionista=maximizar beneficios o rentabilidades»? Creo que el término valor es mucho más amplio y subjetivo, como para circunscribirlo sólo al ámbito puramente económico o finanaciero. Hay muchos más criterios que definen valor para el accionista, que al final es una persona con principios y valores, con su ética y su moral.
Muy buen artículo y comentario. Sugiero que, frente a casos como éstos, ya posicionados en el sector, como el caso de las hamburguesas, es necesario la transparencia.
Una universidad en Texas, sugiere que la venta de alimentos informe de sus calorías, así como de la millas que habría que correr, para consumirlas.
Espectacular artículo de co-responsabilidad entre el mundo que tenemos (y que tanto nos quejamos) y con quien somos… dueñ@s de nuestros destinos como empresas y como personas y almas.
Quisiera agregar que, aunque considero que buscar la relación estadística entre rentabilidad y ética es jugar en el tablero del accionista y el regreso al pasado es garantizado, considero que existe una relación valor-ética. Construimos valor al ser buen@s directiv@s para nuestros grupos de interés empezando por nuestros empleados, clientes, proveedores, organizaciones e instituciones, prescriptotes, etc. También con nosotros mismos, al construirnos una reputación limpia y justa tenemos un valor incalculable de relacionamiento e intercambio… nadie quiere nadar con tiburones.