Los Comentarios de la Cátedra son breves artículos que desarrollan, sin grandes pretensiones académicas, algún tema de interés y actualidad sobre Responsabilidad Social de las Empresas. Los Comentarios anteriores a enero de 2013 pueden encontrarse en la web de la Cátedra.
En un par de Comentarios de la Cátedra publicados hace unos meses (aquí y aquí) traté de la espiritualidad en la empresa. Aquí quiere tratar de un aspecto de este tema que merece atención: ¿cuáles son las relaciones entre espiritualidad y religión?
- Los autores que tratan de este tema se pueden clasificar en tres grupos. Unos defienden que su origen y contenido hay que buscarlo en la religión; rechazan la posibilidad de una espiritualidad puramente secular y, cuando esta se presenta, buscan en las grandes religiones el origen último de esos valores seculares.
- El segundo grupo es el de los que rechazan que la espiritualidad del trabajo pueda tener un origen religioso –una postura que, por lo menos, llama la atención, si se tiene en cuenta que la espiritualidad ha estado presente en todas las religiones desde sus orígenes, abarcando todas las facetas, privadas y públicas, de la vida humana, incluyendo el trabajo. Para ello, ofrecen varios argumentos.
- El primero es que la religión es un asunto privado, subjetivo, no comunicable en los asuntos públicos –y que, por tanto, no puede aparecer en la empresa. Esta tesis se remonta, probablemente, al siglo XVII, y formaba parte de la solución a las guerras de religión, que remitía la religión a la conciencia y a la subjetividad de la persona y dejaba a la política, la economía y las ciencias sociales fuera del ámbito de la religión. Desde este punto de vista, puede existir una espiritualidad de origen religioso, pero no tiene lugar en el mundo de la política, de la economía o de los negocios. Esta tesis está hoy muy presente en los debates públicos.
- Un segundo argumento identifica a la religión como hostil a la empresa, contraria al libre mercado, al beneficio y a la actividad económica, de manera que no tendría sentido introducir en la empresa una espiritualidad contraria a la misma. Este argumento no parece correcto en una época en que las confesiones protestantes, el catolicismo, el judaísmo, el budismo, el islamismo, el confucionismo y otras grandes religiones han mostrado su compatibilidad con la empresa capitalista. Otra cosa es que esas religiones sean críticas de algunos aspectos de esa empresa: pero eso mismo hacen los que proponen una espiritualidad no religiosa en el trabajo.
- El tercer argumento es que la religión no puede admitirse en la vida pública ni en la empresa por su carácter dogmático, intolerante y cerrado al diálogo, y porque fomenta la división y el enfrentamiento y la obediencia pasiva a la autoridad. Es un estereotipo muy difundido. Puede ser verdad para alguna de las tendencias de alguna de religión, pero no, desde luego, para las corrientes principales de la mayoría de ellas. Con este argumento se relaciona la consideración de que se trata de grandes iglesias organizadas y burocratizadas, caracterizadas por sus prácticas, ceremonias, rituales y rutinas –quizás porque no se ve la espiritualidad, a veces muy profunda, que hay debajo de ellas.
- Y un cuarto argumento podría ser que admitir una espiritualidad basada en la religión, al menos en alguna de las grandes religiones, supondría admitir que el ser humano es dependiente de Otro, es decir, que no es autónomo; que no se ha dado la vida a sí mismo ni procede de un mecanismo neutro, sino que, en última instancia, la ha recibido de Otro; que no puede definir la verdad por sí solo o democráticamente, con sus conciudadanos, sino que tiene que buscarla, encontrarla y aceptarla, y que no se da a sí mismo el fin y el sentido de su vida, sino que tiene que encontrarlo. Y esto puede ser muy difícil de aceptar por parte de muchos contemporáneos nuestros, que no ven con malos ojos una religión volcada en el servicio social, pero que no admiten una religión que niegue, de alguna manera, su antropología secular.
- El tercer bloque de autores admite que hay espiritualidades del trabajo de origen y contenido religioso y otras de origen secular. Me parece la postura más adecuada, aunque podría matizarse. Es lógico que, siendo la persona humana un ser enormemente rico, admita una variedad de interpretaciones, con varios niveles de espiritualidad y materialidad que pondrán énfasis en unos u otros aspectos de su realidad y de su acción. Lo que encontraremos, en definitiva, será una amplia gama de espiritualidades en general, o aplicadas al trabajo, a la familia, a la política, etc. Toda espiritualidad se basa en una antropología, en una concepción del hombre; si esta es materialista pura, no deja lugar para la espiritualidad; si, por el contrario, una antropología rechaza la dimensión material del ser humano, lo reducirá a una espiritualidad pura y descarnada. Esos serían los extremos del arco de posturas sobre la espiritualidad en el trabajo.
En todo caso, habrá probablemente muchos elementos de toda esta amplia gama de espiritualidades (aunque no todos) que podrán ser participados por las demás, o al menos no excluidos. Por ejemplo, el ser humano puede encontrar el sentido del trabajo en fuentes diversas: la llamada o vocación de un Dios personal; una experiencia interna, profunda, inmanente, de lo que es el ser humano, de lo que hace y de lo que debe hacer; la evidencia de que ese trabajo debe realizarse en un contexto social determinado, con una proyección de servicio a otros; la necesidad de que ese trabajo está sujeta a principios, valores o emociones que lo guíen, etc.
Pero esto no quiere decir que todas las espiritualidades sean igualmente válidas, porque no lo son las antropologías que las sustentan. En cuanto que una espiritualidad acepta algunos principios, valores, intuiciones o experiencias y rechaza otros, llevará a ciertas conductas y no a otras, y tendrá unas consecuencias determinadas sobre el agente, la organización y los demás. Puede ser adecuado adoptar una actitud de respeto hacia otras espiritualidades en el trabajo, pero esto no quiere decir que no podamos juzgarlas por sus sesgos antropológicos y por sus consecuencias previsibles.
Una espiritualidad del trabajo que se fundamenta en una antropología, explícita o no, con fundamento racional, puede ser entendida y juzgada. Esto vale también para las espiritualidades de origen religioso: su contenido racional permite su análisis y valoración. Por tanto, no tienen por qué constituir categorías separadas. Los valores que profesa una persona religiosa, las virtudes que vive, su implicación en las realidades humanas (el trabajo, en nuestro caso) y su manera de relacionarse con los demás no tienen por qué ser diferentes de los de un ateo o agnóstico.
Pero esto no significa que el origen, religioso o secular, de una espiritualidad sea irrelevante. La religión puede aportar un fundamento nuevo, más rico, a la espiritualidad: el hecho de que la persona crea que proviene de un Dios que le ha dado su ser y que le ha puesto en el mundo para llevar a cabo una vocación determinada a través de toda su vida, incluido el trabajo, puede ofrecer explicaciones más amplias y profundas de lo que es el trabajo, de por qué trabajar, de cuáles son sus deberes para con los demás… todo esto sin menoscabar lo que una persona no creyente entienda y acepte sobre esas realidades. Asimismo, la religión puede aportar un mayor compromiso del agente con sus deberes respecto al trabajo, a la empresa, a los clientes, a los colegas y a la sociedad, motivado por su fe.
En el ámbito de la persona, la religión es, a menudo, la base de una espiritualidad completa. En este sentido, la religión puede ofrecer también medios adicionales para poner en práctica la espiritualidad. Por ejemplo, muchas espiritualidades sugieren la meditación, la oración o la reflexión personal, el acompañamiento espiritual o los retiros, como medios útiles. El origen o el contenido religioso de esos medios no los hace menos válidos que los que proponen consultores o expertos ateos o agnósticos.
En resumen, al considerar la variedad de espiritualidades del trabajo, no debe trazarse una línea de separación entre las que tienen un origen religioso y las seculares; más bien habrá un solape entre unas y otras, en la medida en que sus valores, ideales y motivaciones coincidan. Las grandes religiones acaban creando culturas que adquieren vida propia y se convierten en lugares de acogida para creyentes y no creyentes, que comparten un sentido de la vida, de la sociedad y del mundo con categorías que, a pesar de su origen religioso, son plenamente seculares.
Esto me parece que es particularmente válido para las antropologías de raíz católica. Creer, para un católico, no significa hacer dejación de la propia personalidad y de las propias capacidades de conocer, sino encontrar una dimensión nueva, que viene del encuentro con Dios, con un Dios que ama al hombre. Con palabras del papa Francisco, “creer significa confiarse a un amor misericordioso, que siempre acoge y perdona, que sostiene y orienta la existencia, que se manifiesta poderoso en su capacidad de enderezar lo torcido en nuestra historia” (Encíclica Lumen fidei, 2013, n.13). “El creyente es transformado por el Amor al que se abre por la fe, y al abrirse a ese Amor que se le ofrece, su existencia se dilata más allá de sí mismo” (n. 21). Una espiritualidad que nazca de esta convicción no parece menos apta para orientar el trabajo y la vida en la empresa (a no ser que se pretenda que esa espiritualidad esté al servicio no de la persona, sino de un modelo de empresa orientado a la eficiencia por encima de todo, a la competitividad y a la maximización del beneficio).
Para producir, las empresas ya adoptaron un modelo co-contra-relacionado entre medios y fines físicos. Cualquier punto seguido a ello, ya implica un objetivo (conocer más) o una misión (querer más); y eso es necesariamente espiritualidad o si se quiere, metafísica o meta humanidad, casi pura. En el caso que se niegue esa espiritualidad, no puede pretenderse que la persona ponga de su parte algo más que lo puramente físico: salud, horario (pero no puntualidad), etc. Entrada muy profunda. Gracias.
Es un punto que hoy en día no lo consideran en las empresas.