Una economía del bien común (I)

Hace unos días estuve en Sant Julià de Lòria, Andorra, invitado por el Obispado de la Seu d’Urgell, para hablar acerca de si es posible una economía del bien común. Y dije, claro, que sí, que es necesaria. La clave está, me parece, en la sociedad individualista en que vivimos, dominada por algo que en la economía convencional está muy arraigado: la idea de que las personas eligen sus fines de acuerdo con sus preferencias e intereses personales. ¿Y los demás? Bueno, mis relaciones con ellos están moderadas por la ley y, en todo caso, ya negociaré un acuerdo entre sus intereses y los míos. Porque -y esto es algo que también está muy aceptado en nuestras sociedades avanzadas- no hay bienes comunes que compartir: no sabemos si existen y, en todo caso, mejor que no existan porque eso violenta la libertad de elección de cada uno.

Por eso el concepto de bien común que hoy en día corre por ahí es, más bien, el del interés general, que no es sino la suma de los intereses individuales de los ciudadanos. Es decir, las acciones que se llevan a cabo son buenas si la suma de los bienes producidos es mayor que la de los males. Este es el principio utilitarista de la maximización del bienestar social, medido, habitualmente, por el producto interior bruto.

El interés común puede estar muy bien, pero nos ha llevado, en buena medida, a la compleja situación de nuestras economías post-crisis. La supuesta mayor eficiencia de la suma de intereses personales deja fuera todo lo que no sea mensurable en dinero, empezando por la misma esencia de las relaciones humanas, que no son solo contractuales y económicas (si no, pregunte a su madre cuánto cobraba por levantarse por las noches a darle agua, cuando usted era pequeño). La agregación de intereses solo alcanza a los que participan en la producción; los demás son solo cargas improductivas, que hay que sostener, a costa, claro, de la eficiencia. El reparto de los beneficios y cargas no aparece en el concepto de interés general. Y toda la amplia gama de conductas dirigidas a crear rentas y apropiarse de las rentas creadas queda fuera del modelo.

Es lógico, pues, que tengamos que prestar atención a algo que no sea el interés general. Y ahí aparece el concepto de bien común. Pero de esto hablaré otro día.

4 thoughts on “Una economía del bien común (I)

  1. La unica vida para ser feliz es esta ,ningun ser humano tiene dos oportunidades aca,la felicidad no es tener todo lo que te proponen o todo lo que buscan que desees, sino lo infimo ,esencial y necesario,pero hemos creado la industria y reemplazado el artesano,las corporaciones con ventajas sobre los emprendimientos personales y los monopolios negando la posibilidad de tener justicia en los costos,y la alta tecnologia que por sus costos solo esta al alcance de las corporaciones y sus volumenes,entonces de que viven para ser feliz,cual es la respuesta para brindar la actividad diaria que realiza y su salario que le hace sentir compensado y a su vez que motiva y genera el mismo mercado con sus gastos.incluir la felicidad y un salario inteligente que sea motor del mercado,a su vez favorece las empresas.

  2. Estimado Antonio:

    Como bien dices hoy en día se están produciendo algunas llamadas al «bien común», pero en verdad, su alcance no deja de ser otro que el «interés general» y comentemos el error de dejar fuera a una parte muy importe de la humanidad.

    Saludos,

    Saludos,

  3. El profesor Polo, lo dice claramente: «El bien común, repito lo dicho en otras ocasiones, consiste en la comunicabilidad de los bienes superiores logrados por los hombres, pero que sólo algunos descubren o comprenden originariamente …». Hay que esforzarse por entender bien lo que es, para no seguir errando. Creo que en lo que uno y otros entiendan por bien común está el desencuentro.

  4. Para la definición de bien común, véanse las encíclicas sociales de la Iglesia Católica.

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