Alguno de mis lectores se enfadó porque dije en una entrada anterior que el caso de las tarjetas opacas de Caja Madrid y Bankia era aburrido. Todos los casos de ética me parecen aburridos, en cuanto que, si se trata de algo malo, no se debe hacer. La cosa se hace más «divertida» si consideramos qué puede hacer uno cuando no le queda otro remedio que hacer eso que no debe hacer, o cuando le parecía que estaba haciendo cosas que no estaban mal… Y, desde luego también es interesante las consecuencias que ha tenido el caso. Por tanto, debo hablar otra vez sobre las «tarjetas opacas».
En primer lugar, me parece que este caso ha provocado un gran revuelo en la opinión pública, quizás porque la sensibilidad por estos temas es ahora muy alta. El caso se ha presentado en una caja de ahorros, luego convertida en banco, que protagonizó la más grave crisis financiera del país, que exigió su salvamento con fondos públicos, sin que a estas alturas se hayan depurado las responsabilidades profesionales y penales.
Es verdad que parte del problema se debe a causas externas a la entidad, como el excesivo crecimiento del crédito, la burbuja inmobiliaria o el bloqueo de la financiación en los mercados internacionales; pero hubo también problemas de mala gestión: se asumieron riesgos excesivos, faltó transparencia en la información publicada, hubo decisiones imprudentes y otras que fueron injustas para con los clientes y los empleados, se ignoraron los deberes para con el bien común (por ejemplo, por el impacto que algunas decisiones pudieron tener sobre el conjunto de la sociedad), además de codicia, arrogancia, prepotencia, faltas de templanza…
Para los ciudadanos, todo lo anterior se combina con las injerencias políticas en el gobierno de algunas cajas de ahorros, nombramientos en que las razones políticas primaron sobre la profesionalidad y compromiso de los directivos, y remuneraciones desproporcionadas, que han llevado a pensar que esas personas utilizaron sus posiciones en el consejo de administración o en la dirección del banco para el lucro personal, no para los intereses de los clientes o de la sociedad que, en definitiva, es la “propietaria” de una entidad social como es una caja de ahorros.
En la imagen que muchos ciudadanos se han formado a través de los medios de comunicación, las “tarjetas opacas” forman parte de una grave crisis moral, política y económica, en la que se mezclan conductas personales incorrectas junto con errores en la gestión de algunas entidades, fallos en la supervisión y control y la crisis de un modelo económico, sin olvidar los casos de corrupción que, en el imaginario popular, forman una unidad con las altas remuneraciones de los directivos implicados.
Todo esto hace muy difícil valorar unas actuaciones concretas, como las de las “tarjetas opacas”. Pero esto lo dejo para una entrada posterior.
muito bom o post parabéns
Estimado profesor
Lo sorprendente es la diferencia en nuestra capacidad de escándalo , por 15 millones de euros nos tiramos de los pelos y nos horrorizamos (con razón), pero apenas nos inmutan los 24.000 millones de euros, que se dice pronto, que hemos tenido que poner entre todos los españoles en la intervención de la caja. Es evidente que seguimos sin tener sentido de la medida.
Por otra parte coincido con su opinión en la ruina que ha supuesto la intervención, la «ocupación», de las cajas por parte de los políticos (de tercera, encima) , el robo más grave jamás ocurrido en España, que ha dilapidado un patrimonio común, que permitió que muchos españoles compraran sus viviendas, sus coches y sus pequeños negocios, gracias a las esforzadas «cartillas»
Como usted nos dijo hace unos meses, profesor: nada más importante que crecer por dentro (o algo así). Creo que los que pierden el autocontrol (ética) se castigan a sí mismos no viviendo (no disfrutan de) su libertad. No saben lo que se pierden. Esperemos que algún día intenten al menos, descubrirlo. Saludos.
El escándalo por el uso de las tarjetas opacas de 82 consejeros y directivos de Caja Madrid y Bankia, hasta alcanzar un importe de 15,5 millones de euros, no es más que el reflejo de la cultura del derroche, el despilfarro y la indecencia en la que está instalada una sociedad permisiva y carente de recursos morales. Se trata de un sistema de corrupción sibilino y perverso, ideado a modo de red clientelar doblegada mediante todo tipo de dádivas y prebendas, como soporte para perpetuar en el poder a la cúpula directiva de esta entidad financiera, que no olvidemos que tuvo que ser rescatada con el dinero de todos los ciudadanos, incurriendo a sabiendas en varios ilícitos penales, por la autorización a sus consejeros de gastos abusivos y fuera de control tributario. Aunque sea más dudosa la tipificación delictiva de los usuarios de estas tarjetas, porque siempre tendrán la coartada de que era un pago autorizado y en especie de la entidad para la que trabajan, no por ello lo aparentemente legal es moral, y menos en este caso, que ya se ha cobrado numerosas dimisiones, y, en menor cantidad, devoluciones del dispendio. Como siempre, la corrupción no conoce de ideologías, porque es inherente y consustancial a la naturaleza humana, y entre los numerosos implicados en esta ignominiosa y vergonzante obscenidad los hay de todos los colores políticos, e incluso de profesionales procedentes de las más altas instancias institucionales y estamentos económicos y políticos, que no se puede decir precisamente que cobraran sueldos mileuristas. La inmoral grosería se pone al descubierto y alcanza cotas inusitadas cuando se inventarían los gastos realizados con estas tarjetas, cuya naturaleza ocultaba la entidad financiera: restaurantes de lujo, joyería de alta gama, ropa suntuosa, muebles sofisticados, safaris, bebidas selectas, agencias de viajes, clubes de golf, discotecas y locales de mala reputación, etc. Sería injusto no hacer mención a los cuatro honrosos y heroicos directivos –frente a los ochenta y dos- que han superado la dificilísima prueba y la tentación de hacer uso de la tarjeta “black”. Y en esta tesitura –huyendo de actitudes hipócritas y demagógicas- tendríamos que preguntarnos qué hubiéramos hecho cada uno de nosotros con esta tarjeta si nos encontráramos en esas mismas circunstancias y pudiéramos disponer de forma licenciosa de importantes cantidades sin control alguno. Lejos de mí pretender justificar tan lacerante y vergonzante dispendio, pero sí puede ser una buena prueba para evaluar en cuál de los dos grupos nos encontramos, y con ello nuestro nivel ético. De lo que sí podemos estar seguros es que en la inmensa mayoría de los casos, no se hubieran realizado esos irregulares e innecesarios gastos, o al menos en esa cuantía, si los tuvieran que apoquinar de sus bolsillos. Y es que seguimos estando instalados en la cultura del pelotazo, del lujo, la banalidad y el exceso y toda clase de conductas especulativas. Existe una obsesión y búsqueda compulsiva del poder y del dinero, hasta obnubilar y cauterizar las conciencias, desatando la avaricia, la envidia, la vanidad y la injusticia, con el resultado de segregar e ignorar a los más necesitados. Sólo en España tenemos más de 640.000 familias que están en riesgo de pobreza y exclusión social, con rentas por debajo de dicho umbral (9.000 euros al año); hasta el extremo de no poder llegar a pagar el recibo de la hipoteca, el alquiler, el gas o la luz; que ni siquiera consumen carne, pescado o pollo una vez cada dos días; además, la gran mayoría de las familias tienen serias dificultades para llegar a final de mes. Sin embargo, los partidos políticos acaban de incrementar su presupuesto un 84% –más de lo mismo-, que administran con absoluta liberalidad. No se trata de hacer una proclama en favor de partidos que, de hecho, ya se han instalado en la casta, sino más bien de alertar de la necesidad de un mayor control social y transparencia. La sobriedad, la austeridad, y la cultura del trabajo riguroso y esforzado es exigible especialmente a aquéllos que desempeñan cargos de mayor responsabilidad, que han de ser el ejemplo y reflejo para toda la sociedad.