Robert Higgs publicó hace poco en el Economic Journal Watch (número de enero de 2015) un artículo breve pero jugoso, titulado “Dos buques ideológicos que se cruzan en la noche” (aquí, en inglés). Que se cruzan sin verse, sin saludarse. Me parece que habría que hacer obligatoria la lectura de ese artículo a todos nuestros estudiantes de economía y a todos nuestros economistas, al menos hasta pasados 25 años de su jubilación. Pero no se preocupe el lector: nadie les obligará a leerlo. Y es una pena.
Higgs agrupa los economistas en dos bloques, los que encuentra fallos en los mercados y los que consideran que los mercados funcionan –markets-fail y markets-work. Hay muchos en situación intermedia, pero la clasificación tiene muchos visos de ser realista.
Los que consideran que los mercados tienen tendencia a fallar acostumbran a utilizar modelos matemáticos, con condiciones de estabilidad y equilibrio bien definidas. Esto quizás les deslumbra, y piensan que lo que funciona en el modelo debe funcionar en la realidad. Claro que saben que los modelos parten de supuestos que no siempre se cumplen, pero se inclinan a pensar que, si el modelo detecta un fallo del mercado, es que el mercado falla con frecuencia.
Los otros, los que creen que el mercado funciona casi siempre, no suelen utilizar tantos modelos matemáticos, pero lo importante es que, cuando les hablan de fallos del mercado, piensan que no deben ser tantos, y que, en todo caso, el Estado falla también con mucha frecuencia, probablemente con más frecuencia que el mercado.
Lo que acabo de decir es una síntesis, probablemente incompleta, de la primera parte del artículo de Higgs. Es la parte amable. La segunda es la que me parece más importante: detrás de esas diferencias epistemológicas y prácticas hay diferencias ideológicas patentes. Los partidarios de que los mercados fallan suelen tener ideas socialistas o socialdemócratas; piensan que los políticos y funcionarios actúan habitualmente buscando el bien de sus conciudadanos, al menos con más frecuencia que los empresarios, a los que suelen considerar egoístas; y que los ciudadanos son más bien ignorantes, irracionales e incapaces de actuar de manera responsable, de modo que necesitan la tutela del Estado. Cambie el lector el signo de estas descripciones, y tendrá lo que es, probablemente, el retrato “preanalítico” o la “visión” de los economistas que piensan que el mercado funciona.
Y de esas diferencias, primero metodológicas y luego ideológicas, dice Higgs, resultan las identidades personales y profesionales. “Esas diferencias impiden el encuentro analítico de las mentes de los miembros de esos dos grupos, porque cada bando mira con sospecha a los miembros del otro grupo, a los que ‘no son como yo’. Las afiliaciones institucionales refuerzan y perpetúan esas distinciones en la profesión, en la medida en que los amigos, los colegas y los compañeros de viaje tienden a promover las actividades profesionales y los éxitos de los que piensan como ellos”.
Perdón por esta visión -¿también ideologizada?- de mi profesión, pero me parece que es patente. A mí me pasa que, si alguien elogia a según qué economistas, me entra una cierta irritación. Y esto debe pasar, supongo, en otras muchas profesiones. De todo lo cual saco una conclusión: hemos de esforzarnos por hablar, leer y comprender lo que dicen los que no piensan como nosotros; sobre todo, hemos de tratar de comprender por qué no piensan como nosotros. ¡Ah!, y otra: miremos con suspicacia, con sospecha y con distancia lo que dicen todos, unos y otros.
La conclusión es genial, yo añadiría que deberíamos ser capaces de cambiar nuestra opinión respecto cualquier tema, si descubrimos que no tenemos razón.
Resulta más sencillo aprender que desaprender lo aprendido.
En términos epistemológicos y haciendo un paralelismo con Smith, tendríamos los economistas que eligen la mano invisible del estado y los que eligen la mano visible del estado, para solucionar los problemas económicos del momento. Este juego de palabras etiqueta a los liberales y a los socialistas. Después de la caída del Muro de Berlín algún marxista quedaría.
En la economía actual el peso del estado está cercano al 50% PIB, tanto en los estados unidos como en la unión europea. Si no hemos aprendido que el mercado entre muchos, es un simple sistema de intercambio para bajar eficazmente el precio en un momento concreto (la amistad en el profesor Polo en la teoría de la voluntad); y, los presupuestos del estado son un intento de asignación de costes con ciertos criterios de justicia, la falta de dialogo está servida entre teóricos.
En la clasificación que nos recomienda el señor Rospigliosi sobre el cuadro de la teoría de la empresa, la acción productiva encontrada por los economistas es capital (trabajo acumulado), trabajo y tierra, pero esto es otra historia.-
Gracias por su comentario. Por fin apareció una edición de mi libro La Constante Universal de la Economía en Barcelona y puede conseguirse coordinando con erickloredo@yahoo.com que es mi cuñado. Perdón de nuevo por el marketing.
Lo que pasa profesor, es que el nivel personal está por encima de los comportamientos sociales y usted lo sabe. Las diferencias siempre se darán por eso. A nivel personal primero están las virtudes o visión moral de los asuntos económicos y, segundo, están los hábitos o visión de especialista de esos asuntos. En lo que todos coincidimos (o al menos, deberíamos) es en cómo es el orden material de la economía. La suerte que tenemos los economistas es que la causa final en el universo creado, parece ser de economizar esfuerzos y por eso, nos creemos estar por encima de otros profesionales (cosa tampoco cierta, por lo dicho antes) como lo expongo en http://www.leonardopolo.net/revista/mp49.htm (perdón por el marketing, pero es que es apasionante lo que podemos descubrir cuando alguien ordena nuestras ideas como Polo).