Bueno, hay tres éticas, o quizás más. Ya lo sabíamos, pero me ayudó a pensar sobre eso un breve artículo de un teólogo, Ángel Rodríguez Luño, que reproduce el último boletín de la Capellanía del IESE, sobre las diferencias entre la ética personal y la ética política. Aquella se centra en lo que es bueno o malo para la persona, mientras que esta última se ocupa de lo que es bueno o malo para la sociedad; en la primera somos protagonistas todos y cada uno de nosotros, en la segunda lo son los que ocupan posiciones de representación, poder o decisión en colectivos como los municipios o la sociedad nacional o internacional. Rodríguez Luño explica que una decisión puede ser éticamente correcta para una persona, pero incorrecta desde el punto de vista de la comunidad.
En la empresa hay, me parece, tres éticas. Una es la ética personal: soy yo quien atiende al cliente, quien lleva a cabo las anotaciones contables, quien pone en marcha la máquina, quien llega tarde al trabajo… La ética me ayuda a entender si hago bien o mal, en una gama que va desde el desastre moral sin paliativos hasta la excelencia summa cum laude. Y aquí cuentan los aspectos personales de mi decisión u omisión (mis motivaciones, los bienes que busco, las virtudes que desarrollo), pero también lo que pasa a las demás personas (cómo les ayudo o les perjudico, si tengo en cuenta sus necesidades, si favorezco o perjudico la moralidad de sus conductas) y, por tanto, a la empresa y a la sociedad.
La segunda ética es la ética de la empresa. Aquí lo que cuenta, como en la ética política, es la ética de la institución: los valores que la empresa ejercita o desarrolla, sus objetivos y su misión, las normas que desarrolla o que omite, los incentivos que crea, las conductas que favorece o dificulta. No es independiente de la ética personal, por dos razones. Una: todo eso lo hacen, lo mandan, lo posibilitan o lo dificultan personas; por eso, la ética de la empresa la «hacen» todos, y especialmente los directivos. Porque su deber como personas, personas que dirigen una empresa, es que la empresa sea ética. Y no pueden escudarse en «yo no robo», si la empresa que dirigen es la que roba. Y dos, ese marco empresarial influye poderosamente en las acciones y omisiones de las personas: si me pagan, y mucho, por vender más, sin preguntarme si he actuado de forma moral en mis operaciones, me están empujando a ser un vendedor inmoral. Yo sigo siendo responsable, pero alguien más, la empresa y, en definitiva, sus directivos, participan de esta responsabilidad mía.
Y la tercera ética es la que las personas y las instituciones deben desempeñar respecto de aquella sociedad amplia, de la que hablaba Rodríguez Luño. Como ciudadano yo debo cumplir mis deberes para con la sociedad: cumplir las leyes justas, pagar los impuestos justos, favorecer el desarrollo de instituciones que contribuyen al bien común… Y, del mismo modo, la empresa debe contribuir al bien común, como «buen ciudadano» que cumple la ley, paga los impuestos justos, desarrolla las instituciones adecuadas, etc.
Por eso incluimos en la ética de la empresa el deber de considerar los efectos posibles o probables de las acciones de la empresa sobre el conjunto del sistema. Esto es algo que no todos aceptan, pero me parece algo lógico. Si mi banco está desarrollando unas actuaciones que, con probabilidad no nula, pueden acabar en una quiebra sonada y probablemente en un pánico bancario, que ponga en peligro la estabilidad de todo el sistema financiero, esa acción es moralmente incorrecta, y no puedo esconderme en argumentos como «yo no sé qué puede ocurrir en el futuro» o «prevenir el riesgo sistémico es tarea del regulador, no mía».
Los Comentarios de la Cátedra son breves artículos que desarrollan, sin grandes pretensiones académicas, algún tema de interés y actualidad sobre Responsabilidad Social de las Empresas.
Totalmente de acuerdo, muy buen artículo.
Un saludo
Buen artículo crack! Me ha gustado mucho 😉
Un saludo
Creo que más hay que hablar de vocaciones (motivaciones) aunque también cada una tiene su ética, profesor. Cuando conversé con D. Ángel de estos temas (por allá en 1993, en Pamplona) le propuse que hable con Polo, de quien yo me inspiré para ello. Es más, en realidad fue San Josemaría el primero que habló del tema de las vocaciones en todos los terrenos de actuación humanos (incluso el de las intenciones que también son actos interiores naturales, humanos).