El libro que edité, titulado «The Home: Multidisciplinary Reflections» (El hogar: reflexiones multidisciplinares»), publicado por Edward Elgar, está ya en la calle. En la web de MercatorNet me hicieron una entrevista, a propósito del libro (aquí, en inglés). Aquí me referiré a alguna de las preguntas que me hicieron.
Una es la que da título a esta entrada. No hay, decía yo, una definición única de un «buen» hogar, porque las personas somos unos seres maravillosos, llenos de posibilidades, para el bien y para el mal, y no nos dejamos encasillar en unas categorías dadas. Un hogar es un proyecto de colaboración en un propósito común. Ese propósito no es único, ni está definido desde fuera, cambia de un lugar a otro y también a lo largo del tiempo. Cada familia debe encontrar “su” proyecto, probablemente a partir de lo que le ofrece su entorno y su historia. El núcleo de un «buen» hogar lo forma el compromiso de todos sus miembros en aquel propósito común. Y según sea ese propósito común, resultará un hogar bueno o no. Si se trata de un compromiso basado en el amor, es decir, en la búsqueda del bien para todos en el hogar, se pondrán en marcha procesos de aprendizaje de conocimientos, capacidades, actitudes y virtudes, que permitirán el desarrollo de ese buen hogar. Pero si el propósito es que cada uno consiga sus objetivos particulares, como propone a menudo nuestra sociedad individualista, tendremos uno malo. Ahora bien, el propósito solo no es suficiente, porque hay también otros elementos que facilitan o dificultan ese proyecto: las condiciones materiales del hogar, la disponibilidad de recursos para su subsistencia, el ambiente moral, educativo y social de la comunidad en que se encuentra…
Un hogar «roto» destruye o, al menos, dificulta el desarrollo normal de la vida de las personas, y esto acaba dañando el entorno del hogar y la sociedad. Por ejemplo, una familia desestructurada retrasa el desarrollo biológico y mental de los niños, lo que luego reducirá su rendimiento escolar, y más tarde sus posibilidades de conseguir un empleo y de crear una familia estable… Y, en sentido contrario, un ambiente antisocial, de pobreza y degradación, hace mucho más difícil el desarrollo de hogares sanos. La sociedad tiene mucho que hacer para evitar los hogares rotos, pero la primera responsabilidad recae en los miembros de la familia, que deben sentirse responsables de su misión interna, para conseguir su misión externa, su función en la sociedad.
Sin duda los hogares rotos son un circulo vicioso, nunca terminaré de entender por que el ser humano replica una y otra vez las mismas circunstancias que lo perjudicaron a el.
¿si tu niñez ha sido mala, por que haces lo mismo a tus hijos?
«Un hogar es un proyecto de colaboración en un propósito común» certera y sabia frase. Espero poder leer el libro.
Un saludo
Todo «proyecto» tiene tres niveles (jerárquicos, incluso). Juan Antonio nos hablaba del amor natural, el amor racional y el amor afectivo. Hay que compaginar los tres en función de la edad, los conocimientos y la moralidad asequible para compaginar todos.