Ya he dicho otras veces que la empresa es una comunidad de personas que se unen para conseguir algo que es el propósito de la empresa. Todas tienen motivaciones distintas, y no tiene sentido tratar de cambiarlas: si usted está aquí porque necesita ganarse un sueldo, intentar convencerle de que es mejor que esté aquí para prestar un servicio al cliente está fuera de lugar. Lo importante es que usted esté decidido a sacar adelante lo que hacemos entre todos en la empresa, sea lo que sea lo que a usted le motiva. Ahora quiero relacionar esto con la teoría del bien común.
Sí, ya sé que suena a teoría antigua y, para algunos, anticuada. Pero no lo es: podemos aprender mucho de ella. Su origen está en Aristóteles, que decía que todos los seres humanos buscamos siempre el bien, lo que pensamos que es bueno para nosotros o para otros, lo que no quiere decir que acertemos en la elección de ese bien (me emborracho porque quiero olvidar, o porque todos mis amigos se emborrachan conmigo, o sea, porque eso me parece «bueno» ahora, aunque quizás, pensándolo bien, no lo sea), ni que acertemos en la elección de los medios para conseguir ese bien (el bien puede ser ganar la aceptación de mis amigos, aunque probablemente esto lo puedo conseguir de otras maneras, sin poner en peligro mi salud).
De modo que cuando entro a trabajar en una empresa, busco «bienes» para mí, y la esperanza de conseguirlos es lo que motiva: sueldo, prestigio, aprendizajes, hacer amigos, tener una excusa para estar ocho horas fuera de mi casa… Esos bienes pueden ser privados (sueldo para mí, prestigio para mí) o colectivos (si hago un amigo en el trabajo, los dos ganamos eso).
Pero en cuanto acepto ponerme a trabajar en la empresa, estoy buscando otro bien: quiero que el propósito de la empresa se cumpla, porque esa es condición necesaria (quizás no suficiente) para obtener aquellos bienes que me motivan; porque si la empresa no produce los bienes que quieren los clientes, no recibiré mi sueldo, ni aprenderé, ni haré amigos… Por tanto busco un bien que va más allá de mis bienes privados, que es un bien social, que hemos de conseguir entre todos los que participamos. Un bien que todos producimos, unos aportando capital, otros dirigiendo, otros trabajando… Un bien del que todos participamos: todos nos llevamos, o al menos podemos llevarnos, lo que queríamos: sueldo, prestigio, conocimientos, capacidades, amigos… Un bien que tiene un componente material (bienes y servicios para vender) y otro inmaterial (colaboración, ayuda, desarrollo de virtudes, servicio…).
Ese bien será un bien común si efectivamente es un bien creado por todos (aunque no todos aportan lo mismo), compartido para todos (aunque el reparto no tiene por qué ser proporcional), que contribuye a la satisfacción de las necesidades de las personas (mis motivaciones)… Pero falta una cosa, para que sea un «bien»: que contribuya al desarrollo de la persona, a lo que Aristóteles llamada su florecimiento: a ser mejor persona. Porque si no es así, no es un «bien».
O sea: el bien común de la empresa es la actividad que constituye el propósito de la empresa, en cuanto que es un bien (bueno para todos) común (creado por todos y compartido por todos).
Bueno, me parece que he dejado unos cuantos hilos sueltos por ahí, pero me parece que vale la pena que pensemos sobre todo esto. Al menos, nos ayuda a entender que el bien común de la empresa no es la maximización del beneficio (que no es un bien para todos, y que no todos pueden compartir, porque es material, de modo que lo que se lleva uno no se lo puede llevar otro), ni el valor social para todos los stakeholders (por las mismas razones).
Antonio Argandoña es Profesor Emérito de Economía del IESE.
Saludos querido amigo!
La realidad es esa, caer en la monotonía y hacer las cosas sin sentido en nuestro diario vivir, si tan solo todos tendrían la mentalidad de hacer las cosas con un fin y con un objetivo, hablando dentro una empresa, podríamos lograr el alcance de metas mucho más rápido, lo que traería consigo beneficios tanto para la empresa como para si mismos.
Gracias por recordarnos para qué trabajamos. Recuerdo al profesor Polo diciendo: nadie sabe para quién trabaja. Insistiré en la sincronía, que es indispensable para sobrevivir en un propósito común, pero ahora le quiero recordar lo que comenté alguna vez de que el propósito se parece más al ADN de la empresa y, que lo sabemos todos, el cáncer es el peor de los males que pueden sobrevenir a la tarea común; aunque hay otras enfermedades. Se trata de sincronizar sin perder de vista la neguentropía personal, es decir, que no puedo ser asincronizarme en la empresa que trabajo.