La ética en un buen libro de Economía

Vuelvo sobre el libro de Jean Tirole, La economía del bien común, a la que me he referido en dos entradas anteriores. Ahora quiero hacer notar que, a pesar del título, el libro es un tratado, divulgativo pero muy serio, de economía, no de ética económica. Las referencias concretas a la ética o la moralidad son muy pocas; pero muchos de los asuntos tratados en él, probablemente todos, tienen connotaciones morales.

La ética asoma por la páginas del libro es la tradicional de los modelos económicos, de corte consecuencialista o utilitarista. El agente toma sus decisiones de acuerdo con sus intereses y las restricciones que le marcan los recursos disponibles, los precios y el marco legal e institucional; puede tener, por supuesto, comportamientos altruistas y pro-sociales, pero estos no tienen ninguna significación ética concreta: son meras preferencias sobre las cuales no cabe hacer ninguna valoración ni, por supuesto, tratar de modificarlas.

La concepción de la persona en el libro es la tradicional de los modelos económicos neoclásicos, aunque enriquecida en algunos puntos por las aportaciones de la psicología, la sociología, las neurociencias, el derecho o la religión (capítulo 5). En el libro no se habla de lo que es el bien o el mal para la persona, más allá de la satisfacción de sus necesidades y de los efectos de las acciones de los demás o del gobierno sobre ella misma. No hay aprendizajes morales, no se desarrollan virtudes; no importa si el agente es sincero o mentiroso, justo o injusto, humilde u orgulloso. Tampoco se mencionan principios de corte deontologista o de la ética del cuidado; el único principio que aparece es el de tener en cuenta las consecuencias no previstas de las acciones, pero no es un principio de actuación para el agente, sino para la sociedad, los políticos y los economistas.

Y, sin embargo, me parece que el libro de Tirole puede hacer mucho bien a los lectores, primero a los meramente interesados en la economía, y luego también a los preocupados por la ética económica. Y aquí daré algunas razones.

El libro abrirá horizontes a los economistas y a los estudiantes de economía. En él se muestra que el agente económico es mucho más que un homo oeconomicus, pero también más que un homo psychologicus, socialis, juridicus, darwinus o religiosus, como explica en el Capítulo 5, que es una llamada a salir de los silos académicos, algo particularmente importante cuando se enfocan los problemas morales de las decisiones humanas. La ciencia económica empieza con una teoría de la acción, que se deriva de una teoría de la persona; el énfasis en el mercado da por supuesta esa teoría, pero pierde sus raíces; la ética, principalmente la basada en las virtudes, vuelve a estar firmemente anclada en una teoría de la acción.

El concepto de bien común que Tirole emplea es, como ya dije, el de buena parte de la modernidad, identificado con el interés colectivo o el bienestar general. En todo caso, ya es un avance que los economistas se pregunten, como hace Tirole, por los efectos de las acciones propias sobre los demás. Una ética basada en el agente, y no en el mercado o en la política, pondría más énfasis en las responsabilidades personales, que deben empezar por los fines (las preferencias), algo que es tabú para la ciencia económica, pero que es clave en la acción humana, y deben seguir por los medios, que son los que la economía discute. De nuevo, la economía se encuentra con la ética.

A lo largo del libro, Tirole introduce los problemas y ayuda a entender los fundamentos de la decisión económica que contienen y los efectos de esa decisión. Viene a ser, pues, un ejercicio de apertura de miras, de reconocimiento de interdependencias, de consideración de los efectos a corto y a largo plazo, de humildad. Una vez que se introduce la ética en el problema, el análisis se amplía, para reconocer efectos no solo sobre las variables propias de los modelos económicos, sino también sobre otras, como los aprendizajes mencionados antes, las virtudes. La economía se maneja bien con los aprendizajes de conocimientos y capacidades, pero no con los aprendizajes morales, que inciden sobre las preferencias, es decir, sobre los fines, y tampoco con los aprendizajes morales de otras personas, un “efecto demostración” que recae directamente sobre las preferencias. Para la economía, esto significa que los juicios de valor no se pueden esquivar, porque aparecen en nuestras preferencias y, por tanto, en nuestras reglas de actuación.

El libro tiene muchas discusiones que se pueden referir a la ética, al tiempo que sacan provecho del análisis económico que hace Tirole. Por ejemplo, los fallos del mercado, como la contaminación, despiertan resonancias éticas en los agentes y solicitan una acción pública, pero, dice Tirole, no tienen un contenido ético específico. Pero esto es así solo si el problema se define en términos de instituciones y políticas públicas, lo que silencia el hecho de que una persona o empresa está llevando a cabo, libre y conscientemente, acciones que causan daño a otros. ¿Tiene alguna responsabilidad el que contamina, si el caso no está tratado por alguna regulación? ¿Y si el daño puede consistir en la muerte de muchas personas?

Otro ejemplo es el de los sentimientos de indignación, que se producen ante ciertas actuaciones que ofenden a muchas personas, por ejemplo la venta de órganos o la maternidad subrogada. Tirole sugiere que esa indignación puede servir para llamar la atención sobre problemas que, más que morales, dice, son económicos. Y esto es correcto, hasta cierto punto. Pero el hecho de que un problema tenga una dimensión económica no quiere decir que no tenga, además, una dimensión ética: lo que causa indignación en estos casos no es el fallo del mercado, sino de la violación de la justicia o de otros valores. La moralidad que Tirole considera es solo personal y, por tanto, privada, y no tiene repercusiones en las políticas públicas; la indignación social puede ser una mera reacción colectiva, pero frecuentemente tiene que ver con la ética social.

En las escuelas de dirección es frecuente que las discusiones de casos sobre ética incluyan un detallado análisis económico de la empresa, su mercado, su estrategia y sus operaciones, necesario para entender en profundidad el problema ético de que se trate. El soborno es éticamente rechazable, pero no se puede valorar un caso de soborno sin entender la evolución de las ventas, los incentivos de los vendedores, el ambiente corrupto del país o las prácticas de los competidores. La economía del bien común es un magnífico ejercicio de análisis económico de problemas económicos que tienen también una dimensión ética. El libro no resuelve los problemas éticos, pero sin ese respaldo económico lo más probable es que las recomendaciones éticas se queden en palabras bonitas o en recomendaciones inviables. Uno no tiene por qué estar de acuerdo con todos los análisis que Jean Tirole lleva a cabo, pero me parece que podemos aprender mucho de él.

2 thoughts on “La ética en un buen libro de Economía

  1. De nuevo, felictaciones por el análisis, pero me parece que has sido muy generoso en la crítica del tratamiento de la ética y al responsabilidad en el libro, quizás porque es más un problema de la «ciencia» económica que del mismo Tirole. Pero si escribes un libro de economía pura y dura se entendería, pero no en un libro sobre la economía POR el bien común. Creo que en esto pesa el sesgo altamente teórico (matemático) en las investigaciones de Tirole, que tienen dificultad en incorporar «variables» como valores, ética, justicia, etc.

    Publiqué el 17 de junio un breve artículo en mi blog sobre el tratamiento de la RSE en este libro (muy deficiente). Verlo en bit.ly/RSETIRO

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