El trabajo en el arte (I)

Lo confieso: tengo información privilegiada y me aprovecho de ella. Mea culpa! La información es el contenido de unas breves páginas de la próxima revista del IESE, en la que Guillermo Solana, Director Artístico del Museo Thyssen Bornemisza comenta cuatro cuadros sobre historia del arte. Tema: el trabajo humano. La lectura (¿furtiva?) de esa primicia despertó en mí una idea, que duerme en mi interior desde antiguo: cómo aprendemos los seres humanos y cuál es el sentido de lo que hacemos.

El primer cuadro es de Jean François Millet (1815-1875): Las espigadoras. El lector probablemente lo recuerde: tres mujeres agachadas en un campo ya segado, recogiendo espigas. Es el trabajo agrícola en Francia en el siglo XIX, pero podría ser, con otros atuendos, el de nuestros antepasados de hace diez o treinta siglos. ¿Cómo debía ser el trabajo en esas épocas? Duro, a menudo decepcionante, siempre igual, con pocas novedades y no pocos sustos… Pero Millet dijo: «Cuando pintéis, tanto si se trata de una casa como de un bosque, de un campo o del cielo, o el mar, pensad en quien lo habita o lo contempla. Una voz interior os hablará entonces de su familia, de sus ocupaciones y labores, y esta idea os llevará dentro de la órbita universal de la humanidad». El trabajo como reflejo de la persona, de la comunidad, de la humanidad. El sentido del trabajo lo da la vida. Luego vendrá el pintor o el ideólogo y nos dará una visión idealizada de aquellas mujeres, sudorosas, quizás hambrientas, con dolores y problemas… Insisto: el sentido del trabajo lo da la vida. No vivimos para trabajar; trabajamos para vivir.

El segundo cuadro es de L.S. Lowry 1887-1976): el panorama industrial de una ciudad inglesa en los años de la Revolución Industrial. Las masas han abandona la tierra, que ya no les da para vivir, y se han ido a la ciudad, grande, deshumanizada, sucia, apretujada… en busca de un trabajo cansado, peligroso a veces, duro, mal pagado… Claro que la alternativa es hambre y ausencia de expectativas en el campo. El trabajador agrícola, que tenía nombres y cara, que vivía en mi pueblo, al lado de mi casa, se ha convertido en el obrero: una masa anónima, intercambiable (¿estás enfermo? Vete. Ya vendrá otro en tu lugar). Es lógico que la lucha de clases saliese de ese entorno: somos colectivos alienados, anónimos, nadie nos regalará nada. Claro que había ahí muchos que encontraban un sentido a su trabajo: la superación de la miseria rural (contando con que la miseria ciudadana será transitoria, quizás para mis hijos o nietos), y quizás esos ratos agradables, pocos probablemente, cuando uno llegada a su ¿casa? y se encontraba a sus hijos, sucios, hambrientos…, o quizás el recuerdo de lo que sabían nuestros antepasados: el sentido del trabajo lo da la vida. Bueno, seguiremos otro día.

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2 thoughts on “El trabajo en el arte (I)

  1. Estimado Antonio; interesante reflexión para la época en la que nos encotramos, el trabajo sin sentido, el trabajo para lograr el éxito y dinero…, requiere de la vacaciones, de jubilizaciones anticipadas o de mil prestectos sociales que cambian el tiempo de trabajo por el tiempo libre para consumirlo en el ocio excesico que nos hace perder el sentido del trabajo en nuestras vida. Es importante dignificar el trabajo, ya que el trabajo es el lugar ideal para hacernos mejores personas. El trabajo que ayuda y sirve para el desarrollo de las personas sera siempre un arte. Saludos cordiales,

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