La idea de un contrato social es antigua; su promotor principal fue Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), aunque hay otros antecedentes. Ese contrato nunca se ha firmado, pero se considera que está implícito en muchas actuaciones de los ciudadanos y de los políticos. De hecho, la idea original es que, en algún momento pasado de la historia de cada comunidad humana, los ciudadanos, hartos de pelearse entre sí y acabar mal, hacía un contrato para crear un Estado que se encargase de la gestión de los asuntos comunes. Ese momento nunca existió, pero es una hipótesis interesante, que viene a decir que existe algo que va más allá de los intereses personales de cada uno, porque la persecución de estos, sin más consideración, acaba en conflicto («el hombre es un lobo para el otro hombre», decía Hobbes). El contrato social consiste, pues, en poner orden en las relaciones entre ciudadanos, delegando en el Estado algunas de sus atribuciones.
Repasando la historia reciente, vemos que ya existe algo parecido a un contrato social en los distintos países y comunidades, desde los vecinos de un barrio hasta los países que forman la Unión Europea. Pero ese contrato está perdiendo fuerza, porque aparecen otros conflictos, no incluidos en aquel presunto contrato; porque han cambiado los circunstancias y porque ha cambiado la actitud de los ciudadanos. Como me decía hace unos días un conocido mío, «que me dejen cuidar de mis cosas y me dejen en paz con los problemas de los otros» (la frase no es literal, claro). O, en términos del contrato social, «si antes había otras cosas que me preocupaban, y que me llevaban a tener una actitud de colaboración, de solidaridad e incluso de generosidad para con otros, ahora ya no, o mejor, he reducido el ámbito de quiénes son los demás o de qué cosas de los demás me preocupan». Actitud lógica, en el caso de la persona citada, por su edad y su situación familiar, pero peligrosa cuando se generaliza.
El individualismo creciente es, me parece, algo que está en el fondo de la crisis (si podemos llamarla así) del contrato social vigente. Pero hay otras razones. La desigualdad es algo que preocupa: a unos, porque están en el lado de los perjudicados; a otros, porque pueden caer en el lado de los perjudicados, bien ellos o sus hijos. Las inmigraciones cambian el entorno en que nos movemos y, por tanto, su cultura, es decir, aquello en lo que estoy de acuerdo con mis vecinos. El crecimiento no está asegurado, al menos en muchos países, de modo que, si el futuro puede ser peor… necesito prestar más atención a mis asuntos…
Bueno: la consecuencia de todo lo anterior es que… vivimos en unas sociedades menos cohesionadas, donde los acuerdos anteriores dejan de ser válidos. Vale la pena, pues, que nos paremos a pensar en qué le pasa a nuestro contrato social. Pero de esto me ocuparé otro día…
La sociedad evoluciona y cambia con el paso del tiempo. En unos aspectos más rápidos y en otros más lentos. Quizás en los aspectos que comentas en este artículo los cambios son rápidos y no siempre es fácil adaptarse a ellos.
Conozco a un auténtico genio de la física gravitacional que prefiere ser profesor de instituto que investigador. El motivo es que gana más dinero. La sociedad con sus mecanismos nos lleva a una comodidad inútil o a un esfuerzo no recompensado.
Estimado profesor: como decía nuestro mutuo amigo Leonardo Polo (cfr. Ética): “El Homo sapiens sapiens lleva a su última posibilidad la característica de no adaptarse al ambiente, sino de especificarse de otra manera, y llega incluso a no subordinarse a la especie en sentido teleológico. El individuo humano sobresale por encima de la especie: es persona y queda abierto a unas leyes cuya adhesión no implica necesidad automática, sino que puede cumplir o no cumplir. Las normas éticas, en tanto que no son leyes físicas ni psicológicas que dependan de la biología animal, son leyes del ser libre para ser libre. De manera que si estas leyes no existieran, o un ser humano se empeñara en decir que no hay normatividad ética, o que tal normatividad se explica no por su carácter de ser personal libre, sino por convención o tradiciones culturales, o por acuerdos o pactos, entonces él mismo se limitaría a la condición de mero animal, se aceptaría reducido a ese nivel. Si las normas éticas no son normas de la libertad, entonces son naturales en el sentido biológico o puras convenciones, y no se pueden tomar en serio, lo que es gravísimo para el ser que va más allá de la finalización por la especie”. Creo que es una explicación contundente para todos nosotros.
Y, como usted sabe, yo personalmente creo que el refuerzo aristotélico que Polo da al movimiento circular; explica la continuidad social, psicológica, etc. del ser humano; pero no confundamos ese movimiento circular -que se da en el tiempo- psicológico y social o político de cada uno (y de todos), con el círculo o circunferencia moderna que es base del cálculo (y que tenemos en nuestra mente, desfigurada por el ansia del fracasado progreso moderno). En el caso de Debreu y sus comodities, aparece incluso la aceleración centrípeta (con la métrica euclídea usual, no la que Debreu uso) si uno desea cuantificar un contrato y ni siquiera esto se hace.
Estimado Profesor:
me parece que entre las razones de la crisis que ud. menciona, no están sólo el individualismo creciente, la desigualdad, las inmigraciones y la menor cohesión social sino también el hecho de que, en el «nombre de ese contrato social o bien comín» los Estados han ido restringiendo cada vez más el ámbito en el cual podemos ejercer nuestra libertad personal, los servicios estatales se han ido deteriorando, los impuestos han ido aumentando en desmesura y todo se ha vuelto mucho más complicado por los controles públicos exasperantes.
Cordiales saludos, CUG