El título de esta entrada me lo sugirió hace unos días la lectura de un texto de mi colega Juan Antonio Pérez López que, dentro de unos meses, hará un cuarto de siglo que nos dejó: la empresa se nos presenta como un sistema de cooperación de personas muy diversas para conseguir unos objetivos comunes, bajo la dirección de un equipo humano, con expectativa de continuidad en el tiempo. Todos hacen falta, porque ninguno de sus miembros – tampoco sus directivos – tiene un conocimiento suficiente de lo que conviene en cada caso, es decir, nadie es capaz de evaluar perfectamente a priori los resultados que se producirán a posteriori. Por eso son necesarios todos. Algunas personas parecen fácilmente reemplazables, porque da la impresión de que aportan muy poco y que eso que aportan es poco diferenciado; otras han invertido ya muchos esfuerzos y tiempo colaborando en la producción, de modo que puede ser costoso prescindir de ellas. Pero todas pueden ser, quizás sin pretenderlo, muy importantes.
Cada persona es importante para la empresa, aunque algunos – quizás esa persona misma – no piensen así. Hay al menos tres razones que abonan esa valoración:
- La dignidad de la persona misma, que no puede ser tratada como un simple medio para conseguir un fin, sea el beneficio, la reputación de la empresa o la satisfacción del cliente. Y este respeto a la dignidad de la persona se puede exigir a todos, no solo a los que la dirigen; y no solo en la empresa, sino en cualquier relación humana.
- Lo que la persona da: horas de trabajo, conocimientos y experiencias, ilusiones y esfuerzos, en el caso de los empleados y directivos; dinero, productos o servicios de los propietarios, inversores y proveedores… Algunas de estas ‘donaciones’ están previstas en la organización formal, por ejemplo, en el contrato de trabajo; otras muchas, informales, están implícitas y no pueden ser exigidas legalmente, pero existen y son muy importantes. Y de esas ‘donaciones’ se beneficia la organización, las personas que la forman, las que reciben sus bienes y servicios, las que colaboran desde lejos y, en definitiva, toda la sociedad – y también en sentido contrario.
- Lo que la persona recibe: su sueldo, si es un empleado, o el precio de sus servicios y productos, en el caso de los proveedores; el interés de su inversión… y mucho más, que no está previsto en la organización formal. Por el simple hecho de trabajar en una empresa, una persona recibe conocimientos, desarrolla capacidades, lleva a cabo relaciones, que dejan una ‘huella’ en ella, positiva o negativa (utilizo aquí un termino que me enseñó Rafael Andreu, colega en el IESE).
Cuando cada uno se marcha a casa ‘se lleva’ cada día muchas cosas de la empresa y de sus compañeros: satisfacciones, conocimientos, ilusiones, esperanzas, valores…, no exigibles, de acuerdo con su contrato, pero que le son debidos por su condición de persona. Que pueden ser positivos o negativos: un buen consejo, el ejemplo de un trabajo bien hecho, una sonrisa, una muestra de interés… o una mala cara, un gesto de desprecio… Conscientemente o no, cada uno ha recibido muchas ‘huellas’ de sus jefes, compañeros y subordinados, de los clientes y proveedores…
Por eso podemos afirmar que la empresa es una comunidad de personas.
Una buena motivación es esencial en la empresa como fuera de ella
Gran articulo!
En estos momentos hay un pulso fuerte donde el entendimiento de empresa como comunidad de personas parece tener una importancia decisiva.
en españa es delito de pena capital difundir información falsa…
Saludo desde Canadá, aquí el bienestar social es la primera prioridad, aunque todavía creemos que es mucho más avanzado en Europa…
Es parte de mantener a las personas en la organización motivadas y felices.
gran artículo gracias
Una organización obtiene éxito solo cuando la persona no es solo una persona sino una parte de la familia.
Juan Antonio nos comentaba siempre que tuvo que ponerle trascendente a la motivación externa por estar a caballo entre la edad moderna y contemporánea. Pero su nombre debió ser motivación externa