Leo la noticia de que Novartis, la farmacéutica suiza, publicó el pasado mes de septiembre un nuevo Código de Ética. No lo he leído, de modo que no puedo opinar sobre él. Pero no quiero hablar del código, que será, probablemente, un código excelente. Quiero hablar de la elaboración y el empleo del código.
El proceso de elaboración, según la noticia, ha durado un año, implicando a miles de asociados (principalmente empleados) de la empresa en conversaciones acerca de lo que significa hacer las cosas bien para sus clientes y para las comunidades en las que operan. Me parece bien que no sea el director de Responsabilidad Social el que, con su equipo, redacte el código. Hay que escuchar a la gente, para saber, de verdad, qué problemas se encuentran en sus prácticas diarias, con qué conflictos se enfrentan, qué presiones tienen y, en consecuencia, qué debe incluirse en el código para que este cumpla lo que esperan de él los pacientes, empleados, accionistas y la sociedad.
Luego está el uso del código. La noticia decía que no querían hacer un código para colgarlo en la web de la empresa, sino algo que crease un «marco ético» interactivo, que ayude a los empleados cuando se encuentren con retos y decisiones difíciles. Esto es posible si el código se ha inspirado en los comentarios de esos empleados.
La noticia dice que esa plataforma interactiva sirve para que cada uno descubra sus propios sesgos, por ejemplo los provocados por las influencias de otras personas, habitualmente los directivos y compañeros, que se presentan, a menudo de modo inconsciente, y que doblegan el razonamiento de los agentes hacia posiciones que no son las más adecuadas para los objetivos del código. Esa plataforma, dice la noticia, guía a los empleados a través de quince preguntas que les llevan a reflexionar sobre su proceso de toma de decisiones, identificando seis posibles sesgos y sugiriendo materiales y recursos para posterior aprendizaje.
Me gusta la idea de que el código se utilice para plantear cuestiones a los empleados que les lleven a reflexionar y a descubrir sus sesgos. Esto se debe hacer, habitualmente, mediante conversaciones individuales con los superiores o mediante discusiones en grupo con otros empleados, a menudo de otros departamentos u oficinas. Este es un aspecto importante de la formación ética que el código provoca. Porque el objetivo de ese proceso no es ofrecer respuestas definitivas a los que tienen que tomar decisiones, sino, sobre todo, ampliar sus perspectivas y ayudarles a entender mejor los principios que inspiran el código.
Coincido más con tus apreciaciones de para qué un código que el código mismo. Y cómo se aplicaría también. Muy interesante modo de enfocar la ética y RSC. Gracias por esta entrada al blog. Como siempre