El mundo ha cambiado. Ganar dinero es importante en las empresas, pero no lo es todo. La empresa es una comunidad de personas, en la que el que la dirige tiene que conseguir la colaboración voluntaria y decidida de todos, lo que supone bastante más que trabajar mucho y bien.
El que dirige tiene poder. Poder sobre sí mismo y sobre los demás. Pero tener poder no basta. Y, sobre todo, ejercer «demasiado» poder puede ser destructivo para el que manda, para los que obedecen y para la empresa en su conjunto. En términos de Juan Antonio Pérez López, esto supone tener autoridad sobre las personas, lo que se consigue cuando los que están debajo confían en los motivos que mueven al que está arriba. «La confianza en las intenciones de quien manda es lo único que puede dar origen a la autoridad», decía Pérez López. Es condición necesaria, pero no suficiente, claro, porque el que manda debe tener otras capacidades.
Pérez López explicaba que la autoridad se pierde por tres razones. Una: el uso injusto del poder, cuando se causa algún daño al que obedece. Esto destruye inmediatamente la autoridad.
Otra: no usar el poder cuando debe usarse. Esto ocurre a menudo, también en otros ámbitos, como en la familia. Si no se consigue resultados mínimamente aceptables, el que obedece empieza a tener la sospecha de que al que manda le falta competencia profesional.
Y otra, el uso inútil del poder, cuando, por ejemplo, se establecen demasiadas restricciones a los subordinados, de manera innecesaria. Así la autoridad se va perdiendo poco a poco.