Hace pocos días escribí sobre la guerra (aquí). Hoy leo en Mercatornet sobre la reciente matanza de civiles en Kandahar, Afganistan, provocada por un soldado norteamericano (aquí, en inglés). La guerra no es un videojuego. Es el infierno. Incluso con las mejores intenciones de la guerra justa y limpia, estas cosas pueden ocurrir. Pero, como decía en mi entrada antes mencionada, las motivaciones de la gente cambian cuando estamos en guerra. En definitiva, la guerra nos autoriza a matar, y esto no es algo neutral, incluso para personas normales.
Solemos decir que en una guerra justa una de las cosas que hay que cuidar es que las consecuencias sean proporcionadas a lo que se espera lograr. Y entre esas consecuencias están, de modo preeminente, el impacto de la guerra sobre los civiles inocentes. Pero no olvidemos que estamos creando unos incentivos que pueden ser fatales. Y, como dice Michael Cook en Mercatornet, «la brutalización de los soldados es paralela a la brutalización del público. Con otras palabras, de nosotros». Y concluye: «Conforme el número [de víctimas civiles] crece, el argumento de que la guerra es justa debe ser más y más robusto. Si nosotros, los ciudadanos, los ignoramos, ¿no es esto un signo de que también nosotros nos hemos brutalizado?».