Conocí a Jennifer Roback Morse hace años, leyendo sus interesantes trabajos de economía. Ahora descubro en MercatorNet una entrada con el título que pongo en este escrito (en inglés), a propósito de un libro, con el mismo título, de Jonathan V. Last. Se refiere a esperar un hijo. Y me decidí a escribir sobre él cuando leí esta frase: «Siempre he pensado que es llamativo que la gente quiera hablar del declive de la población sin hacer referencia a la cultura sobre el sexo». Y otra frase que viene poco después, cuando dice que Last «conecta los puntos de esos problemas [de salud reproductiva, de costes de sacar adelante un hijo, de futuro de la población mundial, etc.] y la última vaca sagrada, la contracepción«.
«En nuestros días y en nuestra era, dice la autora del artículo, cuando tener un hijo es una elección, elegir deliberadamente tener un hijo requiere una esperanza activa por parte de los padres. Esta es la razón por la que el único factor que parece plausible para dar la vuelta a la caída de la fertilidad es la práctica religiosa seria. Las comunidades con una base religiosa tienen una razón para esperar». Y cita un fiesta en el Ruth Institute que ella dirige, en que muchas familias se reunieron para celebra la Navidad, de todas las creencias religiosas, o sin ellas. «Si quieren que les diga la verdad, no sé cómo se las apañan las familias jóvenes, dado que toda la sociedad conspira contra las parejas que pretenden tener hijos (…) Contra todas las probabilidades y los vientos culturales, la familia humana se renueva. La persona humana está hecha para el amor, y el cuerpo humano pide ser fructífero. La solución al declive de la fertilidad es dejar de calcular (…) Dejen de preguntarse ‘¿podemos permitírnoslo?’ y empiecen a decir ‘vamos allá, Dios mío; podemos hacerlo'».
La sociedad no nos permite dejar de calcular y este es uno de los casos