En un par de entrada anteriores mencioné cosas que aparecieron en mi presentación en la Global MedTech Compliance Conference en Barcelona, el pasado 21 de mayo. Defendía la importancia de no combatir solos, recordando aquellas palabras de la Biblia: «¡ay del que está solo!, porque, si cae, no tiene quien le ayude». Luchar con otros puede ser difícil, pero es mucho más efectivo.
¿Con quienes? En una entrada anterior dije: con los competidores del mismo sector. Ahora añadiría: y con otros muchos aliados. La estrategia contra la corrupción es una estrategia multi-stakeholder. Implica a gobiernos (sí, porque no todos son corruptos), reguladores, clientes, otros sectores (tus proveedores, tus distribuidores, los que venden productos o servicios complementarios de los tuyos…), expertos, onegés, medios de comunicación, cámaras de comercio, embajadas, agencias internacionales…
- Esos «otros» combatientes pueden proporcionar el necesario liderazgo que la iniciativa requiere. Es probable que, si el CEO de una empresa quiere convertirse en abanderado de una campaña contra la corrupción, las otras empresas de su sector no quieran colaborar a darle presrtigio, pero es más fácil si el protagonismo es de alguien de fuera del sector.
- Pueden proporcionar información, algo clave para conocer el entorno de la corrupción.
- E incentivos, desde premios a las empresas íntegras hasta denuncias a las que no lo son.
- Pueden tomar el mando de operaciones contra funcionarios o políticos corruptos, e incluso promover campañas para la reforma de la ley o la regulación.
- Y atraer a otros a la batalla, hasta implicar, si es posible, a toda la sociedad civil.
- Y pueden proporcionar medios de formación para directivos y empleados.
- Y supervisión de los resultados de la estrategia anticorrupción.
- Y muchas cosas más, claros. La rueda se inventó hace ya unos años.
El objetivo último tiene que ser cambiar las reglas de funcionamiento del mercado y proporcionar transparencia (importantísima para conseguir frenar a los corruptos). Y esta ha de ser una lucha en que todos se sientan comprometidos. Y cuando digo todos quiero decir… todos. Claro que esto significa que cada uno de nosotros tiene que preguntarse, en serio: ¿soy yo, de verdad, pero de verdad, una persona íntegra? Y si la respuesta es «de verdad, de verdad, no», no por ello dejes de participar en la batalla. Pero empieza a cambiar. ¿Vale?