Ya es hora de que hablemos, de verdad, de contenidos del nuevo contrato social al que me referido en las entradas anteriores. No pretendo ser exhaustivo, claro, porque, como ya expliqué, más allá de un macro-contrato-social-mundial, hacen falta muchos mini-contratos-sociales-parciales, en mi país, en mi región, en mi ciudad, en mi barrio, en mi empresa… ¿De qué temas van esos contratos sociales?
- De los impuestos y del gasto público: qué damos a cambio de qué (o sea, de lo que es justo). No tiene sentido decir que tengo derecho a recibir 10 si he dado 10, porque quizás mis ingresos son altos y las necesidades de otros importantes, pero sí de que haya una cierta proporción. Y, sobre todo, que, si se pide más a algunos, se les explique las razones, se les informe de los resultados y, en su caso, que se proporciona una compensación por otro lado (por ejemplo, en forma de paz social más duradera).
- Relacionado con lo anterior: quién recibe los servicios del Estado. O mejor, en qué proporción van a los ricos, a los pobres y a la clase media; con qué criterios, para qué objetivos… Quién se beneficia de la red de seguridad que, en principio, está pensada para los más necesitados.
- Y, claro, como consecuencia de lo anterior, cómo se reparten las responsabilidades, entre las personas y familias, el sector social, las empresas y el sector público. No todo se debe dejar a la filantropía personal o corporativa, ni todo se debe dejar al Estado. Luego, probablemente habrá que bajar más en la escala de responsabilidades: qué nivel de gobierno se hace cargo de qué responsabilidades, por ejemplo.
- ¿Con quién tenemos responsabilidades? ¿Solo con los de mi barrio, o también con los de la otra esquina del país, o con los pobres de otros países? ¿Con qué criterios decidimos hasta dónde extender nuestras responsabilidades?
- ¡Ah!, y las generaciones futuras. Hace décadas podíamos decir que, con la mejora esperada del nivel de vida, seguro que ellos vivirían mejor que nosotros. Ahora esto no está tan claro, sobre todo si añadimos la dimensión medioambiental. Y la calidad de nuestras instituciones. Y la deuda que les pasamos…
- Un aspecto importante en el reparto de responsabilidades es el del componente de seguro de nuestro estado del bienestar. En la base de esas medidas está la idea de que uno debe ser el primer responsable de sus necesidades y las de su familia, pero hay que protegerle de situaciones que él solo no puede atender (un desempleo de larga duración, o una larga enfermedad degenerativa en su familia, o la necesidad de un trasplante). La seguridad social es eso: un seguro obligatorio, cubierto por todos, porque no sabemos quién será el interesado y porque sospechamos que, cuando le toque, no estará en condiciones de atender a sus necesidades por sí solo.
- La idea de redistribuir la renta o la riqueza es distinta, tiene otra base: quizás que alguien no tuvo la oportunidad de algo a lo que tenía derecho, o fue discriminado en el pasado… Pero el fundamento de esto es distinto del estado de bienestar, y los medios para llevarlo a cabo deben ser también distintos.
- Necesitamos revisar las políticas que conceden beneficios «a todos», porque, en el límite, esto es insostenible, y porque crea dependencia y malas prácticas.
- Y, algo que ya he apuntado antes, tendremos que revisar la justicia intergeneracional: qué hay que dar a los jóvenes, qué a los de en medio, que pasan dificultades, y qué a los mayores, que ya no tienen medios para protegerse.
- En el trabajo, la idea de un contrato indefinido con altos costes de despido, que protege el puesto de trabajo más que al trabajador, no se sostiene. Hay que cambiar el énfasis, para dar al trabajador más protección, independientemente de dónde esté trabajando, hay que ofrecerle flexibilidad para adaptarse a las nuevas circunstancias (envejecimiento, cambio tecnológico) y, a la vez, proporcionar capacidad de adaptación a las empresas.
Hay otros aspectos que conviene discutir; aquí solo he pretendido ofrecer unos cuantos, que nuestras sociedades deben considerar, si queremos rehacer nuestro contrato social. Luego vendrán las preferencias políticas (conservadores, socialista, libertarios, comunistas), los intereses más o menos cortoplacistas y las negociaciones. Me gustaría que algún partido político entrase por esta línea, pero me temo que esto es «pedir peras al olmo». Aunque, al final, el olmo tendrá que darnos peras, si no queremos acabar en sociedades divididas, enfrentadas y violentas.
Como siempre profesor, le recuerdo que todos los contratos requieren medir con justicia los términos y eso en cuantitativo. Pero ahora me ocuparé en profundizar más. Análogamente a lo que ocurrió con la geometría en el S XVII, que pasó de ser euclídea a analítica (Newton-Leibnitz), la visión cualitativa (además de la cuantitativa) cambió por completo. Las paralelas de Euclides se convirtieron en las alabeadas de Gauss, sólo por pasar de dos a tres dimensiones. Imagínese en el espacio-tiempo (co-contra-variante), lo que vino después y lo que vendrá con la quántica -que todavía falta mucho-. Las mediciones económicas actuales están lejos de las que serán a medida que la dinámica transaccional se aproxime a la velocidad de la luz (computadores ópticos, que ya los hay) y más lejos aún de las economías informáticas quánticas, que aún no las hay, pero las habrá. Nuestras referencias «justas» en los contratos, están más retrasadas todavía que en la física. Así que solo nos queda conformarnos con las de la economía «tradicional» … ¿o atrasada!? Los números son números profesor. Si no ajustamos la realidad objetiva ¿cómo vamos a ser «justos» con lo subjetivo? Si nuestros niños y jóvenes están todo el día fomentando lo eidético ¿cómo van a soñar con un futuro que descifre simbolismos subjetivos y altruistas?