La idea no es mía, es de Steven Pinker, en su reciente libro «Enlighment Now». Bueno, de hecho es del economista y premio Nobel Paul Romer, quien probablemente lo aprendió de otros, porque la idea es antigua. Hay dos tipos de optimista. Uno, el que podemos llamar «optimista complaciente» (no sé si sería mejor «optimista conformista»), y pone el ejemplo del niño que se levanta el día de Navidad (nosotros diríamos el día de Reyes) y corre a ver los regalos que, con plena seguridad, le están esperando. El otro es el «optimista condicional» (yo diría «comprometido»), también un niño, que quiere una casa de madera de esas que se colocan entre las ramas de un árbol, y está seguro de que la conseguirá, con la ayuda de unos tablones, clavos, una escalera de cuerda y la ayuda de otros niños, que él convencerá para que estén dispuestos a colaborar para fabricarla.
Me gustó la explicación, y me pareció particularmente interesante en relación con el llamado estado del bienestar. Hay algunos, muchos, complacientes o conformistas, que esperan que el Estado les dará unas pensiones dignas, una sanidad de calidad, buenas escuelas, excelentes servicios sociales… Y se dice a sí mismo, y a los que quieran escucharle, que «tiene derecho» a todo esto. Eso es todo: tiene derecho, y espera que alguien lo cumpla. Y luego, cuando las cosas no salen como tenía previstas, se enfadan.
Otros también hablan de derechos, pero entienden que van acompañados de obligaciones. Yo he de pagar mis impuestos, y exigir que otros lo hagan también; yo he de enterarme de qué políticos podrán cumplir con sus deberes en relación con el estado del bienestar, y exigirles que lo hagan. Si sospecho que mis pensiones no serán suficientes, me preocupo de ahorrar por mi cuenta, poco o mucho. Si mis hijos van a una escuela gratuita o subvencionada, hablo con la dirección de la escuela y con los profesores, para hacerles ver que el derecho de mi hijo a una educación de calidad depende en buena parte de ellos, y procuro que cumplan con su deber…
Nos quejamos a menudo que las cosas no van bien, que los políticos no están a la altura, que la sociedad no cumple con el «contrato social» que se supone que hemos firmado todos… Me pregunto si nos apuntamos a la versión conformista o a la comprometida… Porque un contrato tiene dos partes, cada una con sus derechos y sus obligaciones.
Antonio Argandoña es Profesor Emérito de Economía del IESE.
Nos quejamos de la corrupción en el sistema político pero ¿que tan responsables somos? ¿llegamos a las urnas bien informados ? Acaso, no nos convertimos en optimistas conformistas cuando nos sentimos atraídos por un populismo que dice defender los intereses y aspiraciones del pueblo. Para generar cambio, comencemos a cumplir la obligación de mantenernos informados.
Polo nos dice que la justicia sube encima de la prudencia porque versa sobre los fines (las personas) y no sobre los medios. Pero antes nos dice que las virtudes son medios y no fines como antes se pensaba, y se simetrizaban con los valores. Creo que primero hay que superar estas barreras «modernas» (EB incluido) para conseguir ese optimismo de Pinker