Celebrando la fidelidad

El pasado domingo por la tarde el cardenal arzobispo de Barcelona Luis Martinez-Sistach había invitado  a todas las familias a asistir a una misa en la basílica de Sta. María del Mar por las familias de la diócesis y a la renovación de la promesas matrimoniales a los que este año cumplíamos 25, 50 ó 60 años de matrimonio. Fue una preciosa celebración en la que mi marido y yo repetimos dichas promesas. Nos alegró muchísimo ver los bancos llenos de matrimonios que celebraban sus bodas de oro o de diamantes, celebrando su fidelidad y una vida lograda.

Al mismo tiempo nos dejó un tanto asombrados el escasísimo número de matrimonios que celebrábamos el año de nuestras bodas de plata: eramos sólo cuatro. Y me preguntaba yo por la causa de esa bajísima representación. ¿Será porque en nuestra generación ya no se casaban tantos?, ¿porque no tenían un proyecto común bien fundamentado capaz de resistir todos los envites?, ¿porque no habían ido trenzando una personalidad capaz de lidiar con las dificultades de la vida y no llegaron unidos al 25 aniversario?, ¿o porque ese día se quedaron en casa viendo el fútbol?. Lo cierto es que esa misma mañana habíamos estado hablando con unas amigas de las crisis personales como causa de las crisis matrimoniales, económicas y sociales y les pasé unas elocuentes viñetas de Quino sobre los valores en el siglo XXI [Descargar PDF] que quiero compartir con vosotros. ¿Será ésa la causa de la menor fidelidad?

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5 Comentarios

  1. cristina moreno

    Querida Nuria, lo de Quino es muy bueno, da para montones de comentarios… También pensaba en el miedo al sufrimiento y la búsqueda del bienestar por encima de todo, como otros dos «valores» en los que se educa hoy a las nuevas generaciones. A propósito de ello, ya hace un tiempo escribí este artículo que copio aquí. Un abrazo a todos.

    AMAR DUELE
    Que el amor es una flor de rara belleza que hay que saber cuidar es una comparación de todos conocida. Pero no nos quedemos, sin más, en el tópico. Hablar hoy de sentimientos no me parece algo arriesgado: lo que el mundo nos ofrece es tomar sin dudar lo que nos gusta, lo que nos motiva, lo que nos apetece, lo que nos nace del corazón, lo que nos hace sentir bien… En nuestras relaciones con otras personas, o en general, es lo mismo. Medimos a la otra persona según cumpla o incluso supere nuestras expectativas. Mientras el otro me ayude a realizarme como persona, o como lo que sea, me vale. Se nos ha metido por los ojos, y hemos caído como incautos en la trampa, que somos cada uno de nosotros, en nuestra individualidad, lo único que importa. Lo que recibo, lo que me aportan, lo que valoran de mí, lo que dicen de mí, cómo me defienden, etc.
    Creo que a muchos de nosotros nos avergonzaría salir en estos tiempos a defender la idea contraria: entrega lo que eres y lo que tienes, sin miedo a quedarte sin nada, porque en la medida en que das, te das, serás feliz y te sentirás completo.
    Tanto una idea como la otra, aunque confieso que me quedo con la segunda, pueden presentarse de forma más atractiva. Todos hemos oído hablar de derechos, a qué tenemos derecho como individuos, como miembros de una sociedad en concreto, como cónyuges, como hijos, como padres… derechos… Y si damos, pues esperamos recibir, como mínimo, lo mismo. La equidad ante todo, señores: dar y recibir, invertir y cobrar. Esperar lo que se nos debe, y si lo que se nos debe no llega, habrá que ir pensando en disolver la sociedad, el matrimonio, lo que sea. No tengo por qué quedarme, tengo mis derechos, y más vale hacer uso de ellos, antes de que la otra parte me arrebate lo que es mío.
    Me parece un error pretender convencer a la gente de que se dé sin más. Aunque se sepa que es la verdad. No tenemos elementos hoy en día para comprender esta idea. Hemos perdido, y lo perderemos cada vez más, el sentido cristiano del humanismo. Palabras anticuadas y hoy vistas, incluso, de manera despectiva, palabras como ‘misericordia’, ‘compasión’, ‘entrega’, ‘donación de uno’… Uno pronuncia estas palabras y ya siente la punzada de dolor. Y ya no estamos dispuestos a sufrir, no en un mundo donde se nos vende la cultura del bienestar aplicada hasta las más absurdas consecuencias.
    Porque amar duele. A todos aquellos que han llegado en su matrimonio al punto de inflexión en que o lo tomas como es, o lo dejas ahí, les resultará familiar esta afirmación. Y, seguramente para decepción de muchos, no tengo una solución que ofrecer. Sólo quería ahora reflexionar sobre el dolor y el amor. Quizá si estuviéramos más preparados a afrontar el dolor, a no sorprendernos de sentirlo cuando amamos, las cosas no se complicarían tanto. El estilo de vida que llevamos, la sociedad y sus envoltorios, incluso los avances médicos (hay clínicas del dolor…), nos mueven a evitar el dolor por todos los medios posibles. Y está muy bien buscar erradicar el dolor y el sufrimiento de nuestras vidas, porque el sufrimiento por sí mismo no trae nada bueno. Y buscarlo sería síntoma de desequilibrio psicológico.
    Pero, a veces, el dolor aparece por el camino de la vida, y es inevitable. Es el sufrimiento que otra persona me causa. Y toma la forma del desamor, el abandono, la infidelidad, la confianza traicionada, en el matrimonio, en la amistad, con los hijos, o con los padres, los hermanos… En algún momento aparecerá el sufrimiento y será ese el momento clave. En ese momento en que sentimos el dolor profundo del daño que una persona que amamos nos ha hecho, lo que nos rodea nos venderá la solución: reclama tus derechos, no te dejes dominar, mejor solo que mal acompañado, abandona, rehaz tu vida, no tengas miedo de irte… Y será además con urgencia, porque cuanto antes pongamos bálsamo en la herida, mejor. Ya no sabemos sufrir, no soportamos el dolor. Y enseñamos a nuestros hijos a evitar toda frustración, preparándolos así para –el día de mañana- ser unos desgraciados en potencia…pero ese es otro tema.
    Cuando el amor duele, parémonos un momento. ¿Qué es exactamente lo que me duele? ¿Me duele el amor propio herido? ¿Me duele la vida invertida? ¿Los esfuerzos realizados, las renuncias aceptadas? ¿Me duele mi “yo”? Que todo esto me duela es legítimo. Pero olvidamos que, además de legítimo, puede también ser fructífero, de una enorme fertilidad si conseguimos detenernos sin miedo a sentir ese dolor de una forma un poco más prolongada. Quizá esas sensaciones nos traigan la clave: a unos, la fortaleza necesaria para continuar; a otros, la humildad para reconocer la posibilidad de un error cometido; o sólo el tiempo necesario para dejar que las cosas se calmen y podamos verlas de manera más objetiva.
    Y si, en un arranque de generosidad, miramos el dolor del otro, del que nos ha hecho daño abandonándonos, traicionándonos, negándonos su amor, y nos ponemos valientemente en su lugar… quizá nos llevemos una sorpresa: el otro también sufre, y hay muchas, pero muchas posibilidades de que sea yo el causante de ese dolor. Y si consideramos por un momento este descubrimiento a la luz del amor a Dios, veremos probablemente que hay otro camino a seguir: perdonar y pedir perdón, bajar la cabeza orgullosa y desnudar el alma de todas esas capas autoprotectoras que me impiden escuchar las razones del otro. Es el camino de la humildad y la mansedumbre. Aquel que nos amó hasta dar la vida por cada uno de nosotros, y que cada día nos pide que así lo hagamos con los demás, nos dio la receta infalible: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29)

    cristinamorenoalconchel

  2. Rosaura Cabanillas

    Hola Nuria,
    Muy ilustrativo que solo 4 matrimonios cumplieran bodas de plata y las caricaturas Quino. Es un gran reto educar ahora para defendernos y acometer con la inversión en la jerarquía de los valores. La manipulación a la orden del día en muchos ámbitos.
    Lo maravilloso es que tu y tu marido si lo lograron, ¡Muchas felicidades! Para ustedes y tu familia. Rumbo a las bodas de oro..
    Un fuerte abrazo y un beso

  3. Maruja Moragas

    Quizás lo que pasó es que los matrimonios más jóvenes no se enteraron de la invitación que había hecho el cardenal, o que el partido de fútbol o los hijos pudieron más.
    En cualquier caso, tenemos que colaborar en propagar la trabazón y enraizamiento personal que supone que unos padres sigan juntos siempre por el armónico crecimiento de todos los que le rodean y por la alegría que supone saberse parte de algo vivo.
    ¡Buen fin de semana a todos!
    Maruja

  4. Querida Nuria.
    He reconocer que el artículo de “Amar duele” de Cristina Moreno me ha dejado sin aliento. He tenido oportunidad de escribirte antes, pero necesitaba dejar reposar todo lo que se movía en mi interior para poner orden.
    Si realmente descubriéramos la tremenda verdad que encierra la frase “en la medida en que das, te das, serás feliz” seríamos infinitamente más generosos. Pero qué vas a esperar de una sociedad que para vender unas monturas de gafas de marca te envían el mensaje “porque tú tienes derecho a elegir tus gafas”… realmente, con derechos como estos crecen nuestra lista de cosas que debemos recibir, que debemos tener y aquello que ofrecen las personas pasan a un segundo plano. No nos interesa tanto… Hasta que se pierde.
    Amar duele. Si es cierto que a los hijos a quienes más se quiere en el mundo, no es menos cierto que son ellos por quienes más sufre, por quienes realmente te desvelas, por quienes puedes renunciar absolutamente a todo por conseguir su felicidad. Son ellos quienes te enseñan el significado de la palabra entrega y quienes cada mañana cierran la cuenta de resultado con su recibe y entregas siempre a favor tuya… por muchas lágrimas que hayas derramado anteriormente.
    Amar duele. Y para cualquier madre es tan fácil de entender. Desde el momento que nuestro hijo está preparado para nacer… no nos engañemos, las contracciones no es la parte más agradable de nuestra vida, pero desde que recibes a tu hijo en tus brazos, sientes que todo ese dolor y ese sufrimiento no fue para tanto porque todos tus sentidos se vuelcan en el nuevo ser que tienes en brazos y que te mira ajeno a tus emociones todavía bajo los efectos de las endorfinas que generó su cuerpecito para salir también por tan estrecho camino.
    Amar duele. Y en ocasiones es un dolor que deja terribles heridas en la piel y en tu corazón. Cualquiera un poco observador podría llegar a decir: “Cómo ha sufrido tal persona por amor.” Es cierto. Cuanto más se ama, mayor es el riesgo de incrementar la intensidad de tu dolor ante un contratiempo. Puede ser tan grande ese dolor, que tu mente y tu cuerpo se sientan condicionados a huir de ciertas circunstancias que puedan dar la oportunidad de que se repita ese dolor.
    Amar duele. No solo moralmente, sino también físicamente. Y tras una experiencia profunda de desamor, levantas todas tus barreras para evitar que se vuelva a repetir. Es cuando más aparece toda esa carta de derechos: tengo derecho a que se me respete, a que se me tenga en cuenta, a que se me valore, a que se me ame, a que respeten mi intimidad, a que no me pidan más amor del que yo desee dar, a no volver a pasar por ese sufrimiento, a no volver a sentirme sola…. Esta lista puede llegar hasta el infinito. A medida que esta lista crece, tu corazón se hace más pequeño y más mezquino. No solo para la persona que entra en tu vida para compartirla contigo, sino también para tus amigos, para tu familia, para tus hijos.
    Amar duele. Y es mucho el temor que genera para seguir amando profundamente. Durante un tiempo yo misma me hice el propósito de no volver a entregarme nunca más en cuerpo y alma, limitando así la felicidad de mi pareja, de mis hijos y la mía propia. Me da pánico pasar por el dolor ya experimentado a causa de ese amor engañado. Supongo que siempre he sido una persona altruista y entregada, pero no era consciente de lo que suponía eso. Me nacía porque era así, sin más. Ahora cada día debo estar atenta a que mi subconsciente no levante una barrera a mi corazón alejando de mí la posibilidad de amar y ser amada.
    Amar duele. Y es un ejercicio diario el que debo hacer para convencerme de que las mujeres somos de Venus y los hombres de Marte. Que porque no entienda su forma de amar, no quiere decir que no me ame con toda el alma. Que si alguna vez sufrí, ese sufrimiento no puede eclipsar la felicidad vivida anteriormente cuando mi entrega era sincera y generosa. Dejar de ser quien era por miedo al dolor, es como encerrar a un pajarillo en una jaula de oro. A salvo de sus depredadores, con sus necesidades básicas cubiertas, pero sin amor, ni libertad para dirigir su propio destino.
    En una sociedad donde los derechos se multiplican en listas interminables y superfluas. Yo solo deseo vivir feliz. En mi casita de alquiler, contando los euros para llegar a fin de mes, sintiendo el gozo inmenso cuando mi pareja y mis hijos llegan a casa después del cole (cuando ellos entran por la puerta mi bebé comienza a bailar y dar patadas en mi barriga). Quiero emocionarme cuando mi madre me llama por teléfono y quiero sentir la necesidad de cuidar de mi pareja a pesar, de que en ocasiones a veces duela.
    No se trata de una actitud de sumisión. Parece que si una mujer habla de cuidar también de su pareja, es un extraterrestre sumiso y abnegado por una causa que está anticuada. NO. Libremente, he optado por querer hacer feliz a mi pareja. Incluso con algo de egoísmo por mi parte, porque sé que siempre se ha cumplido la premisa de que “en la medida que des, te des, es mayor tu felicidad”. Si bien es cierto que no se me da bien cuidar las plantas. La relación con mi pareja, a quien en ocasiones me cuesta tanto entender y que no pocas veces me pone a la defensiva… es mi gran labor hoy día. Sé que tengo mucho, muchísimo que aprender. Pero quiero celebrar algún día mis bodas de plata a su lado. Será el signo de que he superado y aprendido de esa tremenda prueba que me puso la vida.
    Amar llega a doler terriblemente. Sin embargo, ningún amor es tan devastador, como puede llegar a serlo su ausencia.
    Os invito a amar. En primer lugar a quien comparte vuestras vidas. Con todo vuestro corazón, con todo vuestro ser, con toda vuestra alma. “Todo lo demás se os dará por añadidura”

  5. Muchas felicidades!!
    En mi opinión el problema es la banalización de las relaciones humanas a unos niveles de mínimos. Todo da igual, nada es importante. Sólo pasarlo bien. El colmo es educar a los adolescentes en la creencia de que las relaciones sexuales son intrascendentes hasta el extremo de que puedan comprar una píldora que supuestamente les «ahorre» las consecuencias, sin conocimiento de sus padres y por 20 euros… cuando me aburro, me canso y lo dejo correr, que no pasa nada.
    Nosotros este año hemos cumplido 20, a ver si llegamos a las de plata!!

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